domingo, 22 de enero de 2017

¿Cómo saber si (no) nos equivocamos al lanzarnos a emprender?

En realidad, solo lo sabemos cuando llegue el momento en que no podamos trabajar más.

Esta situación es una de las disyuntivas más frecuentes con las que nos enfrentamos todos en algún momento de nuestra vida… o casi todos los días. En realidad, la decisión y duda de emprender (sea por cuenta propia o iniciando una empresa con más empleados a nuestro cargo -’siendo jefes’-) o continuar como empleados -'teniendo jefes’- es prácticamente diaria. A veces estaremos muy satisfechos, y en otras ocasiones querremos abandonar… es lo normal, lo esperable. Cuanto antes lo asumamos, más efectivos nos volvemos para gestionar tanto una certeza como una duda cuando ambas son excesivas.

El cerebro está diseñado para hallar ‘el problema’ en cada situación que encontremos -es un mecanismo de supervivencia grabado en nuestros genes-, por lo que, sea la que sea la decisión que tomamos, antes o después nos preguntaremos si no estaríamos mejor adoptando otra decisión diferente. En realidad, cada decisión que tomamos implica no solo elegir las posibles bondades que podamos conseguir con ellas, sino aceptar los problemas asociados con la misma: por ejemplo, trabajar por cuenta ajena ‘garantiza’ (más o menos) un salario, pero no nos permite estar exactamente libres, pues dependemos normalmente de un jefe superior. Emprender, por su parte, no tiene garantías de nada, pero sí permite más capacidad de libertad para actuar, con sus mejores o peores consecuencias… El precio de la libertad es el vértigo, la posibilidad de volar y florecer; y el riesgo de caer y lastimarnos.

A esto adicionalmente se añade que lo que comprendemos cada uno personalmente por ‘bienestar’ (o felicidad) cambia con los años: lo que queremos con 30 años no se parece a lo que queríamos con 20 o lo que querremos con 60. Si durante 20 años nos inspiraba y motivaba trabajar en cierta empresa, es muy posible que nos apetezca probar algo diferente… siquiera para comenzar a manifestar ‘de dentro a afuera’ quiénes somos realmente como individuos, y no solo para continuar ‘haciendo muy bien’ lo que nos pedían que hiciéramos.

Quizás puedan servir estas estrategias en la decisión: a) si nos enfrentamos a dos opciones igualmente satisfactorias entre las que ‘habríamos’ de elegir (emprender o no), ¿de qué manera podríamos intentar tener ambas simultáneamente? Aquí es donde comienza el proceso de creatividad (de ‘crear’ opciones nuevas que antes no habían y en las que hemos de trabajar si estamos realmente motivados en conseguirlo). Y b) si ambas opciones implican una pérdida significativa, ¿de qué modo podríamos crear una tercera, cuarta, quinta… vías que sí fueran satisfactorias? Aquí, de nuevo, es cuando nos hemos de exponer a hablar, leer, contactar, aprender, cosas nuevas que puedan incidir en pensar ‘fuera de la caja’. Personalmente -y esto es solo una opinión- creo que este tipo de esfuerzos merecen la pena, sobre todo porque esta vida no es de fogueo: es la de verdad, y no tendremos una segunda oportunidad. No estamos entrenando para una Gran Final deportiva: esto que tenemos YA ES el juego real. Y esto implica asumir que el mundo es incierto, que a veces hemos de ceder y fluir, y otras veces estaremos en disposición de vivir acorde a nuestros términos. Emprender es una de las máximas declaraciones de independencia de un individuo… pero hay que saber cuándo izar la bandera y cuándo retirarse a continuar preparándose para la batalla… Supongo que es lo que llamaría alguien sabiduría - algo que a todos viene bien junto a algunas cucharadas de ‘suerte’.

¿Cómo no sucumbir a la tentación de regresar a lo 'cómodo' (un salario) y sostenernos en nuestra idea de emprender? Si estamos razonablemente convencidos en el tiempo, entonces realmente nada puede interponerse y detenernos, ni siquiera el propio temor que tiene cualquiera que emprende. Y si no estamos convencidos, entonces quizás una opción sería buscar el modo de crear esa tercera vía en la que podamos emprender Y además, trabajar por cuenta ajena. Esta decisión depende de varios factores, entre ellos y más importantes, nuestra motivación, nuestra pulsión interna por hacer lo que en nuestra vida para nosotros realmente es importante, nuestras necesidades financieras y/o el estilo de vida que queremos vivir, y nuestra propia orientación hacia el reto y/o la seguridad/certidumbre para este momento de nuestra vida. Y, si todo se viene abajo, tener la absoluta, absoluta certeza, de que pase lo que pase, sea lo que sea, sabremos cómo salir adelante… como siempre ha sido. El cerebro es un luchador nato, no abandona fácilmente. Y todos tenemos el derecho de darnos las oportunidades necesarias, el número de veces que haga falta, y de equivocarnos - a menudo la única manera de aprender lo realmente relevante en la vida.

A veces sirve finalmente hacer dos cosas: una, tener bien claro el propósito de vida de uno; y dos, imaginarnos que tenemos 95 años y es nuestra última noche aquí: ¿qué tipo de vida querríamos poder decir que hemos vivido? ¿Qué nos gustaría poder decir que hemos logrado? ¿Qué estuvimos dispuestos a sacrificar y qué no? Con la perspectiva del tiempo, nos permitimos comenzar a elegir aquello en lo que podríamos triunfar y en lo que estaríamos dispuestos a equivocarnos... y a elimina la posibilidad de arrepentirnos por no dejar de hacer lo que vinimos a hacer aquí y llevarnos nuestros dones con nosotros sin siquiera haberlos sacado de su envoltorio.


lunes, 16 de enero de 2017

Nuevo título - ¿nos ayudas? :)

:: ¿Me ayudas? ::

Estoy terminando mi siguiente libro, y estamos buscando un título que os guste... ¿Compartirías tus sugerencias?

Tan solo consistiría en terminar esta frase:

'LA VIDA COMIENZA...' (Nos fiamos de vuestra sabiduría intuitiva :))

Para darte las gracias por tus ideas, aparecerá -salvo que nos indiques lo contrario!- tu nombre en el apartado de 'Agradecimientos' del manuscrito :)

[Sugerencias para el título, aquí en 'comentar' o por privado.]


Gracias!


domingo, 15 de enero de 2017

Mirasur Inspiring Change - ¿Nos vemos en Madrid?

Para educar a un chaval, a menudo hemos de aprender los adultos a 'des-educarnos' primero... Des-aprender lo que ya no sirve, quedarnos con lo que sí, e intentar aportar para el futuro de las personas hoy que dejaremos a cargo del planeta mañana. Casi nada!
¡Nos vemos allá? 21 y 22 de abril, inscripciones ya abiertas! :)





viernes, 13 de enero de 2017

Creer no merecer (lo bueno de la vida)

Los resultados que cada uno recibe en su vida dependen de varios factores, muchos de ellos incontrolables salvo uno: la actitud o la disposición que uno adopta ante sus propias circunstancias, las cuales no siempre podrá modificar a voluntad. Desafortunadamente, vivimos inmersos en una cultura que, sea por herencia social, tradicional o religiosa, traslada la impresión de que la vida ‘es’ sufrimiento (es impredecible, sí, tiene contratiempos y dolor, sí, pero el sufrimiento por su parte es una actitud voluntaria que arrastra el dolor en el tiempo de manera innecesaria y estéril). Por tanto, para estas personas, si la vida no ‘es’ sufrimiento, entonces hay que buscar maneras de que lo sea, como si tuvieran que pagar un peaje en esta vida para no sabemos muy bien qué beneficio en otra vida futura que, posiblemente, no exista; o hasta que aparezca un ‘mesías’ (un príncipe/princesa azul, un billete de lotería, un magnífico golpe de suerte) como si fuera una tierra prometida y garantizada a cambio de 40 años de errar por el desierto aunque pudieran elegir caminar sobre hierba fresca. Esa especie de actitud de expiación es la que previene por un lado que algunas personas disfruten de lo que ya tienen y, por otro, les inhiba a buscar cualquier otro logro o bondad que pudiera mejorar sus vidas. Es el ‘no merezco’ subconsciente que nos lleva a impedir acercarnos a hablar con alguien interesante, a negociar a la baja un contrato, a aceptar ser tratados sin respeto, a maltratar -o no cuidar bien- nuestro cuerpo, mente y espíritu. 

Si esas personas no desean cambiar, entonces posiblemente una de las mejores maneras de ayudarles sea, precisamente, no-ayudándolos: dejarles macerar qué es lo que quieren hacer en su vida, informándoles con claridad y periódicamente de que, en cuanto quieran, estaremos a su disposición para comenzar a exprimir el jugo -a veces amargo, a veces dulce, a veces insípido- de la vida. Algunos verán nuestra actitud como una cruel profecía autocumplida: les dejamos estar a solas porque ‘ya sabían’ que no merecían nuestra compañía. Es uno de los victimismos clásicos que acaba por generar, si nos descuidamos, dos tipos de víctimas: ellos y nosotros. 

Pero por el contrario, si están en una fase de su vida en que están ‘hartos’ de pensar de una manera tan auto-sofocante, entonces podemos convertirnos en sus aliados (que no en sus muletas). Nosotros quizás podamos aportar inspiración, pero la motivación más potente y efectiva que hay siempre es intrínseca: tiene que nacer de ellos mismos; no podemos implantarla ni suplantarla nosotros. Podemos invitarles a reflexionar y tomar conciencia sobre aquello que ‘ya’ es bueno en sus vidas, aquello que les funciona, aquello que les inspira y les empuja en cada día. Como cuenta la historia, un hombre pobre se quejaba amargamente porque mientras él andaba descalzo vio a otro que vestía lujosos zapatos, pero solo hasta que vio a otro hombre que no tenía pies. Por tanto, en primer lugar, es esencial sentirse profunda y conscientemente agradecidos por las bendiciones con las que cada día amanecemos. Después, podemos invitar a la persona a que reflexione si prefiere sentirse ‘bien’ con las cosas, experiencias y relaciones que vive y puede vivir en su vida, o si prefiere continuar sintiéndose miserable. Nadie hace algo que no le genere algún tipo de bienestar (en esto tendemos a ser egocentristas) y, por sorprendente que pueda parecer, sentirse miserable tiene sus réditos: quizás porque subconscientemente expiamos una culpa, porque generamos lástima y atención a nuestro alrededor o porque cuando nos forzamos a estar tristes debilitamos nuestras fuerzas (como un micro-suicidio continuado) y así tenemos la excusa perfecta para no hacer nada retador: decimos que nos sentimos débiles, que nos falta la energía, cuando lo que realmente sucede es que nos sentimos intimidados o miedosos. Y es frecuente, no lo juzguemos. Pero tampoco lo arrastremos innecesariamente desde el momento en que tomemos conciencia de que esto está sucediendo.

Finalmente, ser consciente de una actitud auto-limitadora no es suficiente: si hay una disposición a cambiar nuestra actitud -y esto es una decisión que hemos de tomar durante cada hora, cada día, cada año de nuestra vida- entonces podemos ‘elegir’ ser dichosos con nuestra existencia (o, al menos, hacer las paces con ella), del mismo modo que durante cada día de nuestra vida hasta el momento hubimos quizás elegido pensar que no merecimos algo bueno. Sustituir un hábito por otro, una forma de pensar por otra, suele requerir tiempo: un tiempo que solamente estaremos dispuestos a invertir en el momento en el que el placer que nos otorgue esa nueva actitud supere lo que quiera que hubiéramos ganado fustigándonos. 

Ese es el juego que cada día habremos de escoger: estar en paz o jugar a mártires. Y este mundo necesita a personas inspiradas, motivadas, luchadoras, resilientes, duras pero amables; no personas que se llevan consigo sus dones sin haberlos expandido mientras pudieron.




domingo, 8 de enero de 2017

El dilema: ¿elegimos ser felices o ser libres?

Les propongo el siguiente dilema:

Imaginemos que usted tiene un mejor amigo. Cada vez que se encuentra usted con ese amigo, usted se siente realmente dichoso. Han compartido viajes, experiencias, aventuras y desventuras a lo largo de los años. Si creyera en la reencarnación pensaría que en algún momento de su pasado fueron de hecho almas gemelas.

Un día, casualmente, se entera de que en la última década ese gran amigo suyo ha estado robando sus ahorros, traicionándole con su esposo y mal hablando de usted en su lugar de trabajo -- a sus espaldas.

Llevaba usted una década en la absoluta inopia.

Naturalmente ahora no se siente particularmente feliz; se siente desdichado, desafortunado, engañado, pues han traicionado la confianza que tanto le costó depositar en una persona a la que le abrió su corazón.

Sin embargo, lo que quizás ahora sí se sienta sea más libre, pues puede tomar las decisiones pertinentes para continuar adelante con su vida sin perder más el tiempo con esta persona.

El dilema es: ¿hubiera preferido mantenerse dichoso, feliz -anestesiado- pero desconocedor de la dolorosa realidad? ¿O prefiere usted la situación por la cual está dolido y descontento pero sin embargo gracias a ello es usted más libre de tomar mejores decisiones para usted mismo, pues ya tiene la información de lo que su supuesto amigo le estaba haciendo en realidad?

¿Sería mejor vivir entonces feliz aunque engañado? ¿O vale más tener toda la información por mucho dolor que pudiera causar?

¿Estaría usted de acuerdo con la afirmación 'es más feliz el que es más ignorante (de una realidad)'?

--------

Dilema 2 (bonus):

Y si usted fuera de hecho el amigo-traidor, sintiendo un buen día que se arrepiente de haber causado tanto mal, ¿confesaría sus traiciones a su amigo, arruinando así su (ignorante) felicidad? ¿O preferiría callar su culpa, elegir no volver a hacerlo, y actuar como si nada hubiera sucedido para no lastimar aún más al otro? ¿La brutal honestidad es siempre la mejor opción?

En suma, parafraseando el proverbio: si pudiéramos elegir, ¿elegiríamos que nuestros ojos no vieran para que nuestro corazón no doliera?

¿Acaso es el conocimiento o la sabiduría el precio de la felicidad?

[Intenso debate que hemos mantenido en estas pasadas Navidades :)]