El estrés aparece ante una situación, básicamente, de escasez real o percibida: desde la de los minutos que anticipamos nos quedan de vida al ver aquel proverbial y ancestral león con ganas de carpaccio de humano en la sabana africana hace cien siglos, hasta la versión actual del encabr*namiento que agarramos porque nos quite el de delante esa plaza de aparcamiento en la calle en hora punta tras más de 45 minutos dando vueltas con el coche y ya llegando tarde a la reunión.
Para hacer la historia aún menos apetecible, estamos diseñados para anticipar escenarios futuros que, creemos, son lógicos (caray, que para eso somos los seres más inteligentes del planeta) y que, vaya, tienden más bien a ser catastrofistas... o absurdamente optimistas: desde el no emprendo porque es muy arriesgado y puedo quebrar al voy a comprar Facebook, Google y de paso la economía de Canadá con esta nueva app que acabo de diseñar en 2 horas, abran paso.
El resultado, obvio: nos pasamos incontables horas al días pre-ocupados por lo que es, puede ser, será, podría ser, probablemente sea, me han dicho que será... que ocupados actuando de un modo efectivo para nuestros propósitos.
O sea: sin mover el c*lo.
________
He aquí una curiosa paradoja de la condición humana.
Nos educamos y trabajamos consistentemente en 'modo escasez': desde el 'hay que luchar por las pocas matrículas de honor' en la escuela primaria, hasta la oferta para un puesto de trabajo con 500 candidatos, pasando por la monogamia vitalicia (sea con la pareja o con una hipoteca), la religión única, o la batalla por ahorrar esos céntimos en cada compra de los sábados.
La réplica la tenemos sobradamente constatada y experimentada cada uno de nosotros en cuanto nos percatamos de ello: la abundancia de posibilidades, opciones, proyectos, recursos, contactos, formaciones, vivencias a los que podemos optar es, llanamente, infinita (si hacemos algo al respecto). Es así, relativamente sencillo, modificar nuestra creencia de la botella medio vacía y sustituirla por la de la botella que desborda: tan solo hay que habituarnos a invertir más tiempo diario en abrir más los ojos y los oídos y menos la boca.
Pero sin embargo, hay una convicción que puede autodinamitar nuestras propias metas:
Cuanta más percepción de abundancia tengamos, menos actuamos.
Nos enredamos así hasta tal extremo con filosofías, deseos lanzados a una fuente, brindis al sol, cursos de motivación, gurús acaricialomos que periódicamente refuerzan nuestro nuevo descubrimiento de lo absurdamente abundante que es el mundo que hallamos una magnífica excusa (más) para no mover un dedo.
O sea: estoy supermegamotivado para seguir hallando modos de mantenerme supermegamotivado... pero no nos desplazamos una sola pulgada hacia donde queremos ir.
Las soluciones a este contrasentido podrían pasar por varios ejes:
- Saber que motivarse es un medio, no un fin: sin la motivación, no se consigue nada, cierto. Pero con ella, sí, tendremos tanto combustible como vehículo... pero todavía hay que girar la llave para que la cosa se mueva.
- Ambicionar la abundancia es lo que nos ha permitido tanto progreso como especie: si no tuviéramos nada a lo que aspirar, seguiríamos siendo protozoos.
- Temer la escasez es útil siempre que no sea paralizante: un poco de canguelo, en ocasiones, viene bien para mover el trasero.
- Una persona que emprende o busca empleo con una cuenta bancaria saludable tiene menos prisa que una a la que se le acaban los fondos en un mes: el segundo escenario, bien canalizado, da lugar a soluciones creativas que a los primeros se les escaparán. He aquí un buen uso del estrés para el segundo... y un guiño narcótico de la sensual pereza en los primeros.
- Una opción interesante para diluir esa pereza es autoforzarse una premura (autogenerarse estrés... pero a nuestro favor), sea con:
- Una disciplina prusiana, o
- Tomando decisiones drásticas, por ejemplo: cerrando nuestro propio acceso a nuestra cuenta bancaria hasta 2016; regalando todo el dinero para forzarnos a re-pensar en lugar de solazarnos en nuestro algodón financiero (no serían los primeros, esto ya lo hizo Wittgenstein); creándonos una suerte de autocastigo por el que se donará, en caso de holgazanería, una cuantía 'a lo multa' para aquel grupo político, religioso o equipo de fútbol al que nunca nos adscribiríamos; o removiendo ¡a propósito! una de las bases que hoy nos hacen sentir cómodos: cambiando de ciudad, país, de oficio, de relaciones, de hábitos... y que nos fuercen, porque no queda otra, a reinventarnos. (O cómo boicotear nuestra propia zona de comodidad).
Todo esto requiere coraje, estar hecho de una pasta especial: la del que emprende su vida con ambición, con un marco mental centrado en, sí, una abundancia ilimitada... pero con el ingenio que solamente puede proceder de la percepción de escasez.
Apetece el reto.