Durante años he estado mamando las eternas discusiones acerca de si el líder nace o se hace. La respuesta (‘mi’ respuesta, la que me funciona para mi propia explicación del mundo) es que hay líderes que ‘nacen’ y otros que se ‘hacen’ si, cuando hablamos de ‘liderazgo’ nos referimos a ese tipo que se pone delante de un grupo de gente y los anima, empuja, motiva a que esa gente llegue a conseguir un objetivo común (sea este constructivo o destructivo).
Sin embargo, hay otro tipo de liderazgo, muchísimo más importante y relevante, y que tendemos a obviar:
El liderazgo de nosotros mismos. De nuestra vida. De nuestras decisiones. De las responsabilidades sobre las consecuencias de esas decisiones. De la iniciativa por corregir lo que no funciona. De la humildad de apreciar aquello que funciona. Del coraje de decidir, incluso, aquellas decisiones que sabemos van a ser duras para nosotros o poco populares para la gente que nos rodea pero que, sin embargo, sabemos dentro de nuestro pecho que ‘es lo que se debe hacer’.
Y ese tipo de liderazgo, siempre, se ‘hace’ a partir de la construcción de experiencias y reflexiones de nuestro día a día. Ninguno nacemos haciéndonos cargo de nuestra vida, sino que lo aprendemos a raíz de nuestras vivencias acumuladas… y, sobre todo, de lo que hacemos con esas vivencias.
Entre mis clientes es frecuente la frase ‘no tengo tiempo para terminar lo que tengo que hacer’. Por no mencionar el tiempo que todos hemos de encontrar para reflexionar acerca de la marcha de la propia vida, media hora cada día por lo menos. Yo les animo a que ‘encuentren el tiempo, como sea, para hacer lo que es, realmente importante’. Sobre todo antes de que sigan pasando las estaciones del año tan fugazmente que, cuando nos queramos dar cuenta, habremos consumido el 30%, 50%, 80% de nuestro tiempo en el planeta.
Zip. Así de rápido pasa.
La mayor parte de los cursillos de ‘Gestión del Tiempo’ son maravillosos constructos teóricos pero en muchos casos inaplicables por la misma naturaleza de la vida esta que vivimos: esto es, que es impredecible y que, cada día, nos tira delante de las ruedas situaciones, problemas, decisiones que hemos de acometer con valor…
… particularmente antes de que ‘la Vida’ (comoquiera que la entiendas), decida por ti por no haber actuado por pereza (‘ya decidiré en otro momento’), miedo (‘¿y si me equivoco?’) o por autoengañarnos con visiones ficticias de la realidad (‘sí, veo el tren viniendo hacia mí, qué grande es, pero seguro que se parará antes de llevarme por delante’).
No recuerdo donde leí (¿o tal vez era una película?) que una persona se da cuenta de que ha dejado la infancia y ha comenzado a ser adulta cuando se encuentra con un montón de problemas sobre los que él debe hacer algo… atrás quedaron padres, tutores, profesores, maestros que los resolvieran por nosotros. Es entonces cuando, sí: dependemos de nosotros.
Bienvenidos a la edad adulta.
Algunas veces, esos problemas son menores, por lo que las decisiones no tienen dificultad en ser ejecutadas. Pero otras son tan grandes (o son grandes gracias a nuestra certeza de que el cielo caerá sobre nuestras cabezas – Abraracurcix dixit), que, a pesar del análisis que hagamos (si lo hacemos) o de nuestra experiencia, tememos las consecuencias como si, sean las que sean, fueran a ser desastrosas.
Un día, un discípulo de Sócrates le preguntó: ‘Maestro, me encuentro ante dos decisiones, y no sé cuál he de adoptar.’ Sócrates respondió: ‘no sé cuál has de tomar; pero sí te puedo decir que, sea la que sea la opción que decidas, en un tiempo te preguntarás por qué no decidiste la otra opción’. Naturaleza humana: queremos lo que no tenemos.
Pero sí: es importante querer, también, lo que tenemos. Apreciarlo. Agradecer que lo tenemos. Cuidarlo. Protegerlo. Compartirlo.
Churchill decía que, en la vida, el 90% de las cosas de las que nos preocupamos nunca suceden.
¿Sucede así en tu vida?
¿Tienes alguna decisión de relevancia pendiente y no encuentras el tiempo para reflexionar acerca de ella?
Encuentra ese tiempo si, de veras, esa decisión es importante para ti. Si no, alguien, de algún modo, la decidirá por ti. Y, muy posiblemente, será una decisión que a ti no te guste.
Pero luego no habrá nadie alrededor a quien responsabilizar por las consecuencias.
Sí: somos adultos. Menos mal. Eso de que decidan por nosotros no lo llevamos muy bien.
La concepción de ‘éxito’ y ‘fracaso’ por esas decisiones es subjetivo, personal. Y la vida viene aderezada por ambos. Aceptémoslo tal cual. Total: antes o después, tendremos de ambos.
Si disfrutas de un ‘éxito’, valóralo, date una palmada en la espalda, compártelo.
Si te enfrentas a un ‘fracaso’ (comoquiera que tú lo definas) tienes dos opciones: lamentarte y no hacer nada…
O actuar.
Levántate, pues, una vez más de las veces que te hayas caído en esos ‘fracasos’. Porque, de pie, serás más fuerte, tendrás más sabiduría, más experiencia.
Y nuestro mundo necesita este tipo de personas.
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