El boom inmobiliario en EEUU (y el que se contagió a la mitad de las sociedades occidentales, España incluida) forma parte de todo ciclo de prácticamente cualquier producto con vida estable en el mercado (como los metales preciosos, los carburantes o ciertos alimentos). Muchos ‘nuevos ricos’ aquí se metieron en seis o siete años de compra en un momento en el que el valor de las propiedades seguía subiendo para luego venderlas antes de que el mercado se saturara o fuera incapaz de absorber más construcción.
Si a eso le añades no uno, sino dos booms seguidos, y lo aderezamos con algo tan indefinible como la codicia (vs. la ambición que debe mover a cualquier humano con ganas de sacarle jugo a la vida), pues ahí tenemos el resultado:
La persona de la calle ve que su vecino se ha forrado comprando barato (o relativamente) y vendiendo caro (o mucho). Amigo, y oye esa dulce vocecita: ‘yo también quiero’.
Así que se acerca al banquero de turno, quien está muy contento por las docenas de hipotecas que atrae en una semana para su sucursal (y su bonus anual) sin casi mover un dedo, y le pide una hipoteca. El Sr. Banquero, muy contento, la concede sin demasiada consideración ante la capacidad de pago del nuevo hipotecado.
Todos tienen fe ciega en el mercado. Está creciendo. El tipo de interés está bajo. Hay euforia: ‘¿te acuerdas del compañero de trabajo de la segunda planta? Se ha forrado con el inmobiliario… y eso que no tiene ni idea’. Ay, de nuevo, sí: ‘yo también quiero’. Como pincha ese pensamiento.
El banquero, no le perdamos, debe seguir repartiendo créditos: ¡eso sí que es negocio! Pero como no puede esperar a que pasen 30 años (o más) a que el hipotecado salde su deuda, pues divide ese papel que dice ‘el Sr. Hipotecado me debe 200.000€ a pagar en 30 años’, en pequeños y cómodos papelitos ('titulizando') y se lo vende a inversores (o fondos), quienes se lo compran al Sr. Banquero por un descuento. Así, todos contentos: el banquero recibe rápidamente la mayor parte de su dinero, sin esperar 30 años, y está ya sacándole brillo para volver a prestarlo; el inversor se lleva una inversión ‘segura, segurísima, sin riesgo’ (cuenta con información muy cuestionable proporcionada por el banquero; o información correcta acerca de la capacidad de pago del hipotecado pero no la considera arriesgada); y el comprador sigue pagando religiosamente esperando a que pueda, tal vez, dar el pelotazo y retirarse. Como le dijeron que hizo también, por cierto, el de la tienda de la esquina.
Pero el mercado manda. Y el mercado sube. Y también baja. El Sr. Hipotecado deja de pagar – por las razones que sean: el interés sube ese medio puntito con el que no contaba; deslocalizan su empresa y su nómina y el resto de préstamos le aprietan... El inversor, por tanto, no cobra. El banquero pierde credibilidad. Y dinero. Y el sistema, basado en una economía especulativa (no real, no orientada a la creación de valor), se va al traste. Los bancos que sobreviven se convierten en inmobiliarias a la fuerza. El precio cae. Se pierde confianza en las empresas. Hay que ahorrar para que no le quiten la casa a nadie. Por tanto, no se compran otros artículos. Las empresas no venden. Como no hay dinero, se despide a parte de la plantilla. Si EEUU estornudaba, Europa se resfriaba. Parece que EEUU apunta ahora a neumonía… pero creo que, esta vez, Europa va a aguantar el tirón. Malos tiempos para el dólar.
Y el inversor experimentado, silencioso, vuelve a comprar. Porque esa casita que costaba tanto hace tres años, por fin, ha bajado de precio.
Y vuelta a empezar.
Buscar incrementar la riqueza individual es bueno. ¿Por qué no? Si se invierte en inmuebles para aumentar el parque de viviendas en alquiler a los colectivos que más lo demandan (y de paso, por fin, contribuir a racionalizar el mercado en España, porque es absolutamente incomprensible para el resto de Europa y para cualquier persona interesada en el asunto), puede uno prosperar aportando un valor al entorno, y no solo a su bolsillo.
Es más lento, pero más constructivo. Aporta valor. Aporta servicio. Y beneficios dinerarios.
Ah, pero ese no es el camino rápido.
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