El árbol está ahí, como siempre lo ha estado, aguardando sin esperar, al que desee treparlo y agarrar sus frutos.
Sentados en la distancia, muchos lo mirarán, entre recelosos y dubitativos, diciéndose los unos a los otros que el árbol es demasiado alto, los frutos demasiado amargos, o quizás demasiado dulces; que sin duda no habrá frutos para todos, por lo que la batalla ya se avecina; que todavía no es la época en la que esos frutos deben madurar o que, en realidad, para qué querría nadie esos frutos en primer lugar.
Otros, mientras tanto, sencillamente se levantarán y tomarán los frutos que quieren y los que los demás desestimarán mientras observan con el ceño fruncido intentando figurarse qué estará haciendo ese chalado.
Deje de mirar al árbol.
Sí: es lo que aparenta ser.
Sí: tiene lo que realmente desea.
Sí: esos frutos llevan su nombre escrito.
Y sí: si los quiere, va a tener que levantarse.
Deje que los demás continúen rumiando razones.
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