Un buen amigo colgó hace tres años su corbata de banquero y cambió su vida por un ordenador portátil, dos amigos, un piso prestado, muchas ilusiones y una sola ambición: diseñar las mejores páginas webs, con la mejor profesionalidad y al mejor precio.
¿Las motivaciones? Las que son cada vez más frecuentes encontrar, y que son tan especiales y únicas para cada uno de nosotros: ‘ser mi jefe’, ‘controlar mi tiempo’, ‘crecer ilimitadamente’, ‘dar un buen servicio’, etc.
El primer año apenas cubrieron costes.
El segundo año facturaron lo suficiente como para poder reinvertir en equipos nuevos.
Este tercer año recibieron su primera oferta de adquisición de su empresa, visto su crecimiento, competitividad y, cómo no, su cartera de clientes.
Esto fue antes de verano. Después de verano, en dos meses, han conseguido facturar más que lo de los 24 meses anteriores. Recalculando el valor de la empresa, se dieron cuenta de que la potencial empresa compradora ya no podía permitirse la adquisición.
‘Si seguimos así’, me dice uno de los tres socios, ‘vamos a tener que contratar a más gente y buscar oficinas más grandes el año que viene’.
Se equivocó: tienen que hacerlo… pero de inmediato porque ya no dan abasto con sus instalaciones actuales.
No les preocupa el dinero, cuánto facturan, cuánto será su ‘nómina’ mensual. Tan solo el que sus diseños sean impecables. Que el cliente vuelva. Que hable bien de ellos.
Que se preparen los grandes, porque además, como ellos dicen: ‘no nos da la gana vender’.
Anita Roddick (la recientemente fallecida fundadora de The Body Shop) dijo una vez que ‘si crees que eres demasiado pequeño para marcar una diferencia, prueba a irte a dormir con un mosquito en la habitación’.
Algunas grandes ya están oyendo los zumbidos.
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