Hace unos días me puse a hablar con un tipo que lleva una empresa de venta de cosméticos de importación en los pasillos de los centros comerciales de medio país. El chaval, en cuestión, gasta unos 25 años y lleva ya ganados (y ahorrados) algo así como 90.000€. Algo francamente portentoso visto el tiempo que le ha llevado ganarlos: algo menos de un año.
Eterno curioso, le pregunto cómo lo hace: quizás pueda incluirlo en el blog.
Respuesta práctica donde las haya: me invita a presenciar en vivo su particular 'proceso de selección' (le pongo ese nombre por no llamarlo 'acto' de selección) a una chica que venderá para él en los próximos meses. Reproduzco el diálogo:
- Emprendedor: '¿Para qué estás aquí?'
- Entrevistada: 'Porque quiero ganar mucho dinero'
- EMP: '¿Para qué?'
- ENT: 'Porque quiero comprarme muchas cosas'
- EMP: 'No me interesa tu 'por qué', sino tu 'para qué'.'
- ENT: 'Para viajar durante un año por el mundo'.
- EMP: 'Y eso, ¿cuánto te cuesta?'
- ENT: 'Unos 50.000€'.
- EMP: '¿Vas a ser capaz de hacer ese dinero?'
- ENT: 'Sí.' (Ni asomo de duda en su cara).
- EMP: '¿Cuánto deseas viajar por el mundo?'
- ENT: 'Más que nada. Es mi sueño'.
- EMP: 'Perfecto. Empiezas en media hora.'
Cada empleado puede ganar hasta unos 4.000€ al mes. Y no son casos contados. No me sorprende que le vaya tan bien: contrata gente 'con hambre', con la que comparte sus ganancias generosamente, cuando las hay. Si no las hay, todos a fastidiarse, incluido él. Y a trabajar más duro.
El sueño del muchacho en cuestión es producir su propia película en EEUU y, como nadie le daba financiación, ha encontrado el modo de financiarse a sí mismo.
No quiere casas. No quiere coches. No quiere diamantes.
Solo quiere dirigir una película. SU película.
He apuntado su nombre. Tengo la certeza de que lo veré en los créditos de una producción de Hollywood muy pronto.
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