El problema no es tener un jefe.
El problema es que ese jefe, a su vez, tiene otro jefe. Y este, igualmente, debe reportar a otro superior... y así, hasta que se pierde en lontananza el
Ahora bien, en esta pirámide jerárquica... ¿quién ocupa la cima de la cadena alimentaria?
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Los más viejos del lugar quizás aún recuerden cómo compraron por aquel entonces sus casas, sus hogares: a tocateja. Si costaba 1.000 monedas y ganaban 100 al mes, ahorraban lo que fuera necesario para poder sufragar el techo para ellos y sus familias.
Hasta aquí, fácil.
Pero esa era la teoría: como no siempre podían realmente ahorrar, un tipo avispado, llamémosle Banqueroman, se prestó, nunca mejor dicho, a prestar (financiar, 'ayudar') a aquellos desafortunados individuos que no podían (o no sabían) ahorrar para comprarse ese hogar. Nacía el préstamo.
Por su lado, el tipo que construía casas (llamémosle Sr. Constructorman) al darse cuenta de la disposición generosa de este Sr. Banqueroman y su (disculpen la burda chanza) impagable servicio a la sociedad, se dio cuenta de que aquí había dinero fácil: si para vender una casa de 1.000 monedas el comprador ya no necesitaba esperar 12 meses para poder ahorrar y comprarla sino que el banco le presta el monto completo al comprador tras 12 horas de papeleo, quizás, solo quizás, si subiera yo un poquito el precio de la casa, a lo mejor el comprador también, ya que estaba tan motivao, estaría aún dispuesto a adquirirla. Así que probó a ver qué pasaba: subió el precio de venta de la propiedad a 1.100 monedas... y a esperar.
Visto el percal, claro, el comprador se dijo: "bueno, si ya tengo 1.000 monedas en el bolsillo, todo es cuestión de ahorrar un poquito más para comprar la casa: total, tampoco es tanta la diferencia." Sin embargo (prisa que se suele tener en estos vergeles) tras pensárselo un poco más, optó por la vía más rápida recién descubierta cual revelación del Más Allá: solicitar otras 100 moneditas de nada al banco en otro préstamo adicional - que gustosamente el Sr. Banqueroman concederá sin muchos miramientos: total, va a ganar de todos modos, sea con el interés de los préstamos o sea quedándose la propiedad porque eso es lo que se deben merecer de castigo todos esos morosos que no entienden ni sus productos hipotecarios ni sus credit default swaps, c*ño, que tampoco son tan complicados. Haber estudiado.
Así fue como, sin haber puesto un solo ladrillito más en la misma casa, el constructor se embolsó 100 monedas más, el Sr. Banqueroman ganó los intereses de esos 100 monedas adicionales del préstamo, y el comprador se endeudó aún más basado en su confianza en que el, su, futuro siempre le deparará algo mejor: mejor jornal, mejor posición, una herencia de la tía emigrada a Nueva Zelanda, etc. Un futuro halagüeño que, sin duda, aliviará rápidamente la carga financiera de una casa que en escritura es suya pero que, de facto, es del Sr. Banqueroman durante, ná, 30 añitos.
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Otros viejos del mismo lugar, por su parte, optaron por otras alternativas algo más osadas: cansados de trabajar de sol a sol los feudos de señores terratenientes poseedores de terrenos extensos y cuyo único mérito es haberlos heredado de favores, prebendas y pernadas de ida y vuelta con realeza y nobles siglos atrás, decidieron lanzarse a emprender. Vulgo: montárselo por su cuenta, vamos.
Sin embargo, con la idea empresarial no bastaría: para muchos hacía falta un capital inicial en efectivo. Dinerito. Billetes. Pasta. Así que, como ahorrando se percataron de que no iban a poder empezar antes del cambio de siglo, optaron por acercarse al puesto de un tipo del que habían oído hablar por su vecino, el tal Sr. Banqueroman, pues se decía que prestaba dinero a cambio de un módico interés. Resuelto el asunto: hablarían con el tal para poder al fin comprar sus propios aperos, maquinaria, tecnología y un campo para emplearlos para su propio beneficio en vez de para el terrateniente de turno (que para entonces el karma de ellos ya había quedado saldado).
El Sr. Banqueroman, que por esa época ya le estaba cogiendo el tranquillo al tema de hacer dinero sí o sí sin crear materialmente nada, se avino a financiar las locas ideas de estos tipos que estaban hartos de trabajar las tierras de otros y prestó al trabajador, ahora emprendedor, las 300 monedas que necesitaba para que se acercara a la tienda correspondiente a comprar su primer tractor.
Ya dentro de ella, este emprendedor, sin embargo, se rascaría la cabeza unos minutos contemplando la etiqueta del precio antes de preguntarle tímidamente al vendedor de tractores:
- "Me queda claro el precio pero... cuándo ha costado fabricar este tractor?"
- "¿Fabricarlo? Emm, aproximadamente 25 monedas". El emprendedor, ahora no solo realmente confundido sino ya un puntito irritado, vuelve a la carga con otra pregunta aún más insidiosa: "¿y el resto del precio? ¿Por qué un beneficio de 275 monedas por tractor?".
- "Fácil", aclaró el vendedor de tractores con paciencia (lo llamaban atención al cliente). "Parte va a pagar los costes de aquí, un servidor. Parte para pagar la luz de las lámparas de la tienda cuando oscurece. Y la mayor parte lo tiene que emplear mi jefe quien, un día al igual que usted, decidió dejar de romperse el lomo por el terrateniente y sustituirlo por romperse el lomo para endeudarse con el Sr. Banqueroman: a él va todo lo que podemos sacar por cada tractor para devolverle el préstamo que le pedimos para abrir la tienda."
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Fue ahí y entonces que el emprendedor decidió cambiar de lógica: lo que no quería hacer era dejar de tener un jefe feudal para sustituirlo por un jefe financiero quien ganaría dinero independientemente de cómo les fuera a los tipos con él endeudados. Nuestro emprendedor no sería uno de ellos.
Decidió entonces ampliar el número de personas que le acompañarían en ese viaje, esa gesta, hacia la compra de su libertad (de su tiempo, en suma). En lugar de pedir dinero prestado al tipo del banco, que ya por entonces había decidido pagarse un bonus por su innegable destreza y saber de dineros, convenció a un grupo de personas a que invirtieran en ellos mismos y su idea, sus propios materiales, recursos, capital. Como parecía que colaborar entre sí se les estaba dando bien, decidieron denominarse a sí mismos Cooperativos.
Ahora bien, como era de esperar, aún quedaría un obstáculo hasta la parte en que son felices y comen perdices y demás sabrosas viandas.
En efecto, esta es la parte en que el Sr. Banqueroman se horroriza al ver sus ingresos menguar y se alía con sus amigos los Sres. Políticos para juzgar, criminalizar, demonizar y perseguir a aquellos malvados y rebeldes Cooperativos, contra los que legislarán con el pretexto de ser unos _____istas (escojan el prefijo que menos les guste) y los empezarán a perseguir en sus propios fueros, incrementándoles sus impuestos (aun cuando no hubieran aún producido y vendido nada, que no les ha dado tiempo ni a empezar) con el pretexto de la "distribución de riqueza" y la “solidaridad” entre quienes más lo necesitan mientras, miren por donde, aquellos se apropiarán, desviarán y esconderán para sus propios fines, lujos y caprichitos, esos “fondos solidarios” para cuidarlos más personalmente una vez escondidos bajo una piedra en un país exótico del que nunca habrán oído hablar los demás.
Pero qué buenos son: tanta generosidad, tanta entrega es digna de encomio.
Será cuestión de votarles de nuevo.
Pero eso es otra historia.
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