Nuestro máximo, nuestro techo de cristal, cuando no podemos más es siempre, precisamente, lo que necesitamos: tan solo un incremento marginal, un punto porcentual, quizás solamente una, esa, hora más de esfuerzo, es lo que nos lleva o nos arrebata aquello a lo que le venimos dedicando una vida entera, lo que nos catapulta a nuestra propia gloria o nos relega al pozo de la justificación inerte.
- Son solo esas décimas menos del primer humano en correr los cien metros en menos de los imposibles diez segundos en 1968.
- Son cada una de esas horas de feroz entrenamiento que Mohamed Alí detestaba con toda su alma pero que le continuaban convirtiendo en el mejor boxeador del mundo.
- Es ese último experimento en el laboratorio en el silencio de la noche el que llevó a Fleming al primer antibiótico en 1928.
- Es esa última excavación tras quince años horadando la nada del desierto que llevó a Carter a una de las más legendarias contribuciones a la arqueología en 1922.
Nunca sabremos donde está ese último segundo, esa última hora, ese último haz de fortuna.
Llévate pues hasta el punto de fatiga: cuando te digas no puedo más es cuando comienza, de veras, tu labor.
Uno más, tan solo uno más, es lo que diferencia a quien se conforma con estar cómodo, seco y abrigado en la inercia de su espejismo del que camina en el silencio del glaciar hacia el refugio que aguarda quedo ahí, adelante, mañana.
Esculpe tu maestría, tu arte, cada día.
Empújate hasta lo mejor, todo lo mejor, y nada más que lo mejor que puedas dar hoy.
Y entonces, solo entonces, cuando no puedas más -
empújate una vez más.
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