Demasiadas veces, cuando un padre o un educador le dice a un pequeño '¡no corras!; ¡para!; ¡que te vas a caer y hacer daño!', lo que *realmente* le está queriendo decir es:
- 'Me da pereza seguirte. Detente.'
- 'Me da aún más pereza ponerme delante de ti y mostrarte diferentes caminos; porque se está muy cómodo aquí detrás viendo cómo otros lideran -- y tú no vas a ser uno de ellos. Así que detente'
- 'Yo me caí de pequeño [así que ya no me atrevo como adulto] y no quiero que te suceda porque dudo de tu capacidad de volver a levantarte. Así que detente.'
- 'Quiero protegerte porque creo que cuanto menos daño te hagas, mejor estarás preparado cuando crezcas -- aunque yo ya no esté por ahí cerca para continuar protegiéndote contra cosas sobre las que ni tú ni yo tendremos poder alguno.'
'Así que detente.'
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Si el pequeño quiere correr, que corra: no hay infancia sin cicatrices en las rodillas [y, sí, a veces en el alma].
Si quiere experimentar, dale los medios.
No le quites las cerillas: enséñale a no quemarse.
No le quites los cuchillos: muéstrale cómo emplearlos.
Déjale que se ensucie: es lavable. [Y su ropa, también]. Querrá decir que ha estado más cerca de otros humanos al aire libre de lo que jamás podrá conseguir un videojuego.
Te tacharán de mal padre, mala madre. De irresponsable.
Pero tu pequeño, cuando sea adulto, seguirá corriendo.
No porque no tenga miedo a caerse.
Sino porque tendrá la confianza que le regalaste al enseñarlo a levantarse.
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