Amanecer hoy en la isla de Borkum (Mar del Norte).
Salir a correr, acompañando al muy frío viento de la mañana.
La marea, baja, deja al descubierto vastísimos kilómetros de arena, haciendo del paisaje un desierto helado en el que, a esas horas, corres solo. Muy solo.
Y, sin embargo -- no se siente uno nunca solo.
Apago la música rapidísima que suele acompañarme para dejarme mecer por el ritmo de mi respiración junto a las olas oscuras.
Mientras corro, pienso.
Es tan grande el espacio por delante, que uno podría correr con los ojos cerrados.
No hay camino trazado por nadie antes.
Solo arena.
Y yo.
Siento agradecimiento, profundo agradecimiento, cuando recuerdo, visualizo, celebro, me exijo, me empujo, a dejar la mejor huella posible, y un poco más, en esta vida.
Es entonces, antes o después, cuando nos cruzamos con las huellas de otros.
Nos miramos, compartimos un saludo, un instante, un mensaje, la semilla de una idea... Para después continuar corriendo hacia horizontes muy diferentes aunque en ambos el mar y el cielo se fundan --
Recordándonos que no estamos aquí realmente por un 'porque', sino por un 'para'.
Un grandísimo, fabuloso, un majestuoso 'para':
Para que otros hallen su camino aun en un desierto helado.
Sin que se sientan, nunca, aislados.
Porque se sienten, y disfrutan, estando 'solos'...
... en sus grandísimos, fabulosos, majestuosos 'para qués' de sus vidas.
Mucho trabajo queda por hacer.
Qué grande es sentir el más profundo agradecimiento por lo que somos, y tenemos, hoy.
Por trabajar duro, muy duro, para mejores 'seres' aún que 'teneres'.
Y por poder compartirlo. (Si no, ¿qué sentido tiene?)
Que aparten los que decidan tentar a otros solo a comprometerse, solo a medias, con sus días.
Que queden atrás, preguntándose qué los arrolló por su medianía.
A los demás:
Que vuestra carrera en vuestro desierto helado sea histórico.
Nada menos.
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