Están los dos extremos.
Por un lado, está el trabajar en algo que nos cansa, extenúa, erosiona nuestra energía. Da igual estar solamente una hora, en esa (otra más) reunión inútil, la edición en el último minuto de esa inacabable hoja de Excel o el repaso una vez más de esa presentación-coñ*zo antes del día que viene a la oficina la madre de todos los sheriffs. Llegamos a casa y nos sentamos derrumbamos en el sofá cansados, rendidos, fundidos, disgustados, encabr*nados con el mundo. Quemados.
Desde la esquina contraria nos observa, mientras, aquello que experimentamos haciendo cosas que nos centran, nos envuelven, nos absorben, nos seducen. Da igual las horas que dediquemos: nunca nos fatiga realizarlas. Aunque no hayamos comido en horas, o levantado nuestra vista de una pantalla con eternas líneas de codificación, de nuestro óleo aún difuminado, de nuestro novedoso postre de diseño, de nuestro primer prototipo en cartón-piedra.
A igualdad de ingesta calórica, a igualdad de horas de sueño, a igualdad de entorno social, el segundo parecería incombustible. A fin de cuentas, ¿quién se siente cansado de crear, producir, realizar proyectos en lo que le gusta? ¿Tiene sentido biológico el estrés cuando se hacen cosas que de veras nos apasionan?
Pero hay más. El problema del cansancio crónico de los primeros es que éste 'hace saltar' el instinto de supervivencia: somos más susceptibles emocionalmente (más agresivos, impacientes, sensibles - y, por tanto, menos racionales), empleando por consiguiente el tiempo que conseguimos rascar de debajo de las piedras para des-cansar (tanto luchar contra el mundo desgasta al más pintado), en la medida de lo posible, haciendo algo completamente estéril. (Aunque a veces esto viene realmente bien, sobre todo el domingo por la mañana).
Uno ya no sabe si descansa para producir mejor en lo que no le gusta, o descansa porque al hacer tanto tiempo lo que no le apasiona le da la pájara más rápidamente. Ni descansando nos sentimos descansados (¿depresión post-vacacional, alguien?). Y dénos igual la jalea real, el ginseng, taurina en lata o la última pulsera revitalizante, nada nos devuelve (¿devuelve?) la energía.
Nos tomamos todo tipo de antídotos, pero nos volvemos a meter en el avispero. Así, a pelo. Hmm. No hay que rascarse mucho la cabeza para ver qué pieza del puzzle sobra.
Para los segundos no hay fronteras entre lo que (otros) dicen que es trabajo y lo que (esos mismos otros) dicen que es ocio: ni el trabajo es una tortura, un mal necesario para pagar las facturas, ni en el ocio necesitan desconectar de algo que, simplemente, les tiene enganchados, enamorados.
Podemos pedir que la orquesta toque otra canción, o podemos cambiar nuestra pareja de baile.
Lo que no podemos hacer es obligarnos a que nos guste bailar.
A igualdad de ingesta calórica, a igualdad de horas de sueño, a igualdad de entorno social, el segundo parecería incombustible. A fin de cuentas, ¿quién se siente cansado de crear, producir, realizar proyectos en lo que le gusta? ¿Tiene sentido biológico el estrés cuando se hacen cosas que de veras nos apasionan?
Pero hay más. El problema del cansancio crónico de los primeros es que éste 'hace saltar' el instinto de supervivencia: somos más susceptibles emocionalmente (más agresivos, impacientes, sensibles - y, por tanto, menos racionales), empleando por consiguiente el tiempo que conseguimos rascar de debajo de las piedras para des-cansar (tanto luchar contra el mundo desgasta al más pintado), en la medida de lo posible, haciendo algo completamente estéril. (Aunque a veces esto viene realmente bien, sobre todo el domingo por la mañana).
Uno ya no sabe si descansa para producir mejor en lo que no le gusta, o descansa porque al hacer tanto tiempo lo que no le apasiona le da la pájara más rápidamente. Ni descansando nos sentimos descansados (¿depresión post-vacacional, alguien?). Y dénos igual la jalea real, el ginseng, taurina en lata o la última pulsera revitalizante, nada nos devuelve (¿devuelve?) la energía.
Nos tomamos todo tipo de antídotos, pero nos volvemos a meter en el avispero. Así, a pelo. Hmm. No hay que rascarse mucho la cabeza para ver qué pieza del puzzle sobra.
Para los segundos no hay fronteras entre lo que (otros) dicen que es trabajo y lo que (esos mismos otros) dicen que es ocio: ni el trabajo es una tortura, un mal necesario para pagar las facturas, ni en el ocio necesitan desconectar de algo que, simplemente, les tiene enganchados, enamorados.
Podemos pedir que la orquesta toque otra canción, o podemos cambiar nuestra pareja de baile.
Lo que no podemos hacer es obligarnos a que nos guste bailar.
El otro día escuche el la radio una frase que me dio miedo, “espero conseguir mas que mi padre, y ayudare a mi hijo para que consiga lo que yo no he podido”
ResponderEliminarCon esta frase, nos encasillamos en que tenemos que crecer por obligación, tenemos que ser más que nuestra descendencia.
Y es con esta frase cuando llega los problemas de nuestra vida “tengo que tener un trabajo seguro y de mayor renumeración que mi padre y abuelo”
Tenemos que aprender a trabajar en lo que nos guste, la vida es muy larga para que tan solo un solo día del mes estés contento, ¿y el resto?...Cabreados, como muy bien has explicado…
De todas formas, siempre hay un hueco por donde escapar,(si quieres) y es en la “excedencias”, deja tu trabajo y dedícate a lo que realmente deseas.
“”si quieres peces, mójate el culo””
Gracias por el articulo.
Buenísimo, Loren.
ResponderEliminarCuánta carga autoimpuesta se podría levantar si, en lugar de pensar siempre en 'más', también pensáramos en qué de 'menos' deseamos en nuestras vidas. Paradójicamente, conseguir 'menos' de algo puede ser, precisamente, lo que abra camino a un 'más'... o un 'mejor'.
En EEUU ya es una evidencia que, desde la Segunda Guerra Mundial, esta generación por primera vez va a vivir *peor* que sus progenitores. Hora de cambiar el chip, señores.
A mi modo de ver, una clave está en el nivel de deudas del individuo: cuanto menos sea éste, más libertad hay de realizar un trabajo 'deseado' (aunque remunere poco), y no solo uno al que se tenga que acabar yendo por obligación porque el banco no espera para reintegrar los préstamos. Las mejores piezas artísticas salen del alma de su autor... mejores que si se las encarga un cliente ex profeso, por adinerado que sea éste.
Esto es sencillo de exponer pero, ay, nos entran tantas cosas por los ojos que ansiamos poseer y que (aún) no podemos pagarnos, que sucumbimos a la tentación de comenzar a escalar la montaña de humo del consumismo (que no del consumo) antes de que nos demos cuenta.
Gracias Loren - un abrazo!