Estamos mal preparados para acometer un, llamémoslo así por el momento, 'fracaso'.
Pero estamos aún peor preparados para vivir en la normalidad o, incluso, el triunfo.
Del mismo modo que, de pequeños, nos reñían ante la frustración de perder el juego y manifestar nuestro enfado, se nos corregía al celebrar ostentosamente haber ganado la partida. Si conseguíamos aprobar esa asignatura infernal, resulta que no habíamos sacado una buena nota. Y si habíamos obtenido una buena nota, mira Juan, tú sabes que podías haber sacado Matrícula.
Pareciera que estuviéramos programados hacia un más, mejor, más alto, más guapo, más rubio; como el del anuncio, mira qué feliz parece es.
Nada parece bastar.
El lenguaje del desarrollo de personas, de la educación, de la evaluación del desempeño en las empresas, el que entablan dos enamorados, está tiznado por expresiones del tipo 'voy a cambiar', 'corregiré mis fallos', 'soy humano; no soy perfecto', 'es que tengo defectos', 'he de mejorar'..., el cual se hiperhormona por dos factores:
- Mío: una necesidad, sutil quizás, de agradar, ser aceptado, satisfacer la imagen de uno que debe existir en la mente de los demás: si no soy (plenamente) aceptable para mí, al menos lo seré para los otros humanos a mi alrededor. Haciendo lo que sea.
- Suyo: la urgente premura de desequilibrar la balanza de poder que oscila siempre en la relación entre dos humanos: si Yo insinúo que Tú has de corregir(te), es que Yo soy más perfecto que Tú. Hombre, Padre freudiano, tú por aquí.
Hace tiempo me parecía hasta graciosa (por incomprensible) el tipo de aseveración de una subcorriente New Age descremada, por la que se calmaba nuestra necesidad de auto-aceptación aludiendo a nuestra perfección:
Eres perfecto como eres, nos dicen.
Ajá. Veo.
Mientras, no nos hemos movido un ápice de donde estamos.
En lugar de pensar en perfección (como contraposición a es que soy humano imperfecto) que es un adjetivo inventado, obvio, por los Sapiens (el mundo estaba mucho antes de que llegáramos para valorar su imperfección y estará aún más una vez hayamos terminado de arruinarlo), lo realmente valioso seguirá radicando en la aportación que podemos servir a otros:
Cómo podemos generar soluciones a problemas de otros, facilitar la vida de otros, engrasar los engranajes y trabas de otros, refrescar y ventilar los estancamientos de otros.
Algo que es imposible si no nos paramos a meditar y, sobre todo, aceptar y, sí propagar, aquello en lo que, realmente, realmente, realmente, somos la lec excepcionales haciendo.
Porque lo hay.
En eso consiste la Modestia Insolente: no disimular revelar a los demás aquellas capacidades que usted tiene y/o se ha cincelado durante años y que estos bípedos a su alrededor tanto necesitamos.
¿Que le critican, le envidian, le odian, le reprueban, reprochan, reprenden, juzgan y censuran?
Déjelos estar. Es su camino, no el suyo.
Y eso sí es perfecto.
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