Principalmente hay dos tipos de personas con las que nos encontraremos en nuestra travesía a nuestras metas: una siente envidia porque estamos triunfando pero, no obstante, también quiere triunfar. Siente posiblemente una admiración y una pulsión por nosotros del tipo ‘yo también quiero; yo también puedo’, seguido de la pregunta ‘¿qué puedo hacer para conseguir, yo también, mis logros al igual que esta persona?’. Este tipo de individuos están motivados y son capaces de espolearse para el logro de sus propios sueños.
Por el contrario, hay otro tipo de personas que, igualmente, sienten envidia — pero en lugar de querer también lograr como logramos nosotros, hacen lo contrario: no solo no quieren hacer lo necesario para alcanzar sus sueños sino que buscarán el modo de que el envidiado de hecho pierda sus logros, su enfoque, sus apoyos. Este tipo de gente, en general, es difícil reconducirla pues su autoestima suele estar dañada -lo que no quiere decir que sea irreparable-. Lo que sugeriría es, por nuestra parte, 1) intentar ‘diluir’ la apariencia de nuestros logros (pues intentar justificarlos o defenderlos ante ellos nos drenan de energía) y 2) devolver el foco a las bendiciones que ellos mismos tienen en su propia vida: una de las formas de 'sanar la envidia' es sentir, profundamente en el alma, el agradecimiento por tantas y tantas cosas que tenemos y somos y que, quizás, ni siquiera nos las hemos ganado sino que nos fueron concedidas por otro más de los caprichos del azar.
En nuestra cultura, desafortunadamente, mostrarse como víctimas de las circunstancias tiene su público: cualquier usuario de un cerebro sano es de naturaleza empático y no nos gusta ver a nadie sufrir. Así, a estas personas les mostramos apoyo, ayuda, recursos, un hombro para llorar infinitamente o una mano para sacarle de un pozo del que realmente no quiere salir (pues se le acabarían sus pretextos). Es fácil hacer que los demás sientan pena por nosotros, pero la envidia… la envidia hay que ganársela a pulso. Nadie envidia a un perdedor.
Finalmente, en casos extremos, lo mejor es alejarnos de esas personas: nos vacían de la energía que nosotros mismos necesitamos para culminar nuestros planes. Podemos apoyarlos, quizás, pero no podemos hacernos cargo de aquellos asuntos de su vida interna que solamente ellos pueden solventar cuando estén preparados. Como siempre: somos lo que decidimos y las consecuencias de lo que decidimos. Cuando una persona está absolutamente determinada a conseguir lo que se propone, cualquiera que intente interponerse será un insensato. Si no estamos logrando, estamos justificando: y nadie quiere acabar por decir que no consiguió sus objetivos porque dejó que alguien lo desalentara. Solamente puede desmotivarnos aquel a quien se lo permitimos, es decir, aquel al que le damos nuestro escenario, micrófono, tiempo y atención para que lo haga. Una irresponsabilidad.
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