Sin duda son bienintencionados los consejos en los que se recomienda a un individuo no hacer caso de otra persona que lo insulta, humilla, cuestiona o lastima verbalmente. "Pasa de él", le decimos, "no hagas caso y ve a lo tuyo".
Pero tan bienintencionados son estos consejos como inútiles: desafortunadamente, nuestro cerebro evolucionó en su biología para, básicamente, creernos todo, *todo*, lo que nos dicen de partida: lo que nos potencia o nos lastra, lo que nos empuja o nos hunde.
Nuestro cerebro nació sin un 'firewall' antiminas: tiene siempre las puertas abiertas (nuestros sentidos) de par en par. Por eso, todo lo que nos dicen llega hasta la cocina -o la vital sala de máquinas- de nuestro subconsciente, que es incapaz de dilucidar si la información es constructiva o dinamitadora.
El cerebro no cuestiona ni distingue tampoco de inicio si lo que oye es cierto o no: asume que todo -lo que percibimos físicamente- lo es. Por eso de partida nuestra mente se ‘traga’ todo lo que le dicen (particularmente en lo que atiene a su dueño) y después decide si ‘continúa’ creyéndolo.
Esto es así porque en nuestra sabana africana primigenia no podíamos andar debatiendo, discutiendo o democráticamente votando si a la vuelta de ese collado había una manada de depredadores con ganas de carne humana: cuando nos advertían nuestros compañeros, nos lo creíamos sin cuestionarlo y, de inmediato, actuábamos en consecuencia. [Quizás, por eso, el concepto de ‘mentira’ ha sido después tan severamente castigada por las religiones que a lo largo de la historia fuimos inventándonos: si la tribu entera habíamos de sobrevivir, el que mintiera nos exponía a que todos pereciéramos].
Por eso, cuando aparece el inepto (que los hay, y muchos) que tienen como misión vital ir poniendo palitos en la de los demás, es tan dañino: basta que nos insulte, nos cuestione, tuerza el hocico desaprobador, para comenzar nosotros (es automático) a pensar que hay algo ‘malo conmigo’:
Aunque no fuera así, el inepto ya nos habrá doblegado. [Una destreza que acosadores, mobbers, bullies y demás cabestros eleven al rango de profesión].
Consumiremos ingentes cantidades de energía después (propia y la de los que tengan la paciencia y amor de ofrecernos su hombro) volviendo a restablecer nuestro ánimo, nuestra autoconfianza, nuestras fuerzas: sea porque perdamos noches en vela ebullendo en ira, o sea porque nos enfrentemos verbal (o físicamente) a estos mediopelo acoj*nados con su propia vida. Un tiempo que, teniéndolo escaso en esta vida, estaremos malgastando dando nuestra energía a un cap*llo de autoestima subcero en tránsito a hundir al resto del planeta con ellos.
Por eso, lo mejor, es directamente evitarlos:
No es cuestión de cobardía, es de autoprotección.
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En la vida tenemos grandes activos, pero los más importantes, para los grandes proyectos que nos debemos (y debemos al mundo sensato que los acogerá), pasan por no perder el centro, por no perder el enfoque.
El estúpido que nos hace perder el norte no lo hace por estúpido, sino porque le dejamos jugar con nuestra brújula.
Como quien deja a un niño pilotar un caza de combate.
No perdamos el tiempo cayendo bien a todos, intentando convencer a todos de la bondad de nuestro Gran Proyecto: querer llegar a todos de manera excelente es llegar a todos mediocremente.
Nadie pierde el tiempo convenciendo al diablo de las virtudes de tocar el arpa durante la eternidad en el paraíso divino.
Si la persona que tenemos delante no contribuye a incrementar nuestro enfoque, contribuye a destruirlo.
Protege la energía de tus Ideas.
Protege tu propia energía:
Es tu mayor activo.
#RompeLaZona
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