El proceso habitualmente es, más o menos, así:
La persona comienza con un trabajo por cuenta ajena. 'Hay que trabajar para vivir'.
Pronto se da cuenta de que 'trabajar para vivir' se convierte en 'trabajar para sobre-vivir'. Nunca es (se tiene) suficiente. Nunca pagan lo suficiente. Peor: aunque pagaran lo suficiente, nunca hay suficiente tiempo para poder hacer lo que realmente queremos hacer... que no es, precisamente, sobre-vivir. Ni trabajar.
Pronto, se invierten los verbos: 'vivimos para trabajar'. O, peor, subsistir-para-trabajar-para-otro-que-sí-vive-de-nuestro-trabajo.
En este punto, se abren dos opciones:
1) Continuar hasta la jubilación, tragando lo que sea, pues 'la vida es así'; o
2) Romper la baraja – y decidir hacer algo al respecto.
2) Romper la baraja – y decidir hacer algo al respecto.
De este modo, podemos decidir que el empleo pase de ser un fin en sí mismo (subsistir) a un medio (ganar tiempo en lo que comienzo, alimento, hago crecer, mi proyecto).
En otras palabras: el trabajo sigue siendo el mismo; pero yo no.
El tiempo libre pasa de ser algo necesario para descansar, a convertirse en las horas-semilla en las que hacemos germinar nuestra idea.
Semanas, meses, años, después – nos convertiremos, con la suficiente obstinación, en maestros de algo que no es, ni de lejos, un trabajo:
Es nuestro Arte.
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Pero una vez que nos convertimos en Maestros de ese Arte, nos volvemos a encontrar con una disyuntiva:
1) Seguir haciéndolo por convicción, pasión o, por qué no, amor (a ese Arte); o
2) Comenzar a vivir de él, a ser remunerados generosamente por esa maestría: el artesano mundialmente reconocido, el deportista de élite, el chef único, el diseñador exclusivo, el emprendedor pionero, el programador que rompe reglas, el músico que crea tendencia.
2) Comenzar a vivir de él, a ser remunerados generosamente por esa maestría: el artesano mundialmente reconocido, el deportista de élite, el chef único, el diseñador exclusivo, el emprendedor pionero, el programador que rompe reglas, el músico que crea tendencia.
Y aquí es donde se escondería la paradoja:
Ser tan buenos en lo nuestro y tan demandados nuestros servicios que, al vivir de nuestra maestría, acabáramos convirtiendo a nuestro Arte en un... trabajo.
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El trabajo siempre, siempre, será temporal: vienen y van, prácticamente a su designio; a fin de cuentas, también la gente excepcional es despedida.
Podemos hacer lo posible para preservarlo, como un náufrago a una tabla. Pero por muy dorada que sea esa tabla, seguimos al vaivén de la corriente.
Pero el Arte de cada uno, sin embargo, es una elección; posiblemente la más importante en la vida de cada uno.
Es ese proyecto. Ese propósito. Esa Gran Labor. La dedicación de toda una Vida.
Un trabajo se escoge de entre lo que hay ahí afuera. (Si es que alguien lo planta ahí en primer lugar.)
Pero el Arte nace de uno mismo.
Podremos buscar un trabajo que nos dé de comer.
Pero solo la Maestría nos realiza.
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