Hay cierta fijación por pensar que el líder (ese tipo/a que se esmera tanto en guiar su vida que no le queda tiempo ni para conformar con lo que se espera de él ni para decirle a los demás lo que tienen que hacer) tiene una autoconfianza a prueba de balas.
Y eso es, sencillamente, falso.
El cerebro del líder está hecho exactamente de la misma pasta que el del mediopelo de al lado:
Siente el mismo miedo.
Siente la misma incertidumbre.
Se siente igualmente dubitativo…
… pues tampoco tiene la más p*ta idea de qué es lo que va a pasar mañana.
No tiene la más ignota idea de cuál va a ser el siguiente paso del sendero -- pues no hay siquiera sendero: podría ir por la izquierda, por el centro, hacia atrás, cavar más hondo. Es indiferente, pues el paisaje le es completamente foráneo.
Lo que nunca hará es perder de vista el objetivo, su Reto Último.
Y por eso, cuando lo conquiste, lo reclamará todo para él.
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La diferencia entre líderes y mediocres, *la* diferencia, está en que, a pesar de que la autoconfianza les falle a los dos a la primera bofetada de la Vida, el líder, tras cansarse de llorar agazapado se lame las heridas y vuelve a poner la cara para llevarse otra guantada.
‘Aquí estoy yo’, le grita de vuelta a su Vida. ‘Solo abandonaré cuando deje de respirar’, le ruge a los Ojos.
Y entonces, solo entonces, es cuando la Vida responderá: solo se presta a ello ante un rival digno que se crece ante su inmenso Poder de aplastarlo de un solo bufido.
Por eso la Vida es injusta en extremo con el mediopelo que abandona la contienda y se oculta en la madriguera del cobarde; y por eso, también, es Justa en medida con quien se encara con Ella para decidir que, no solo no se niega a continuar ser apaleado, humillado, ridiculizado, puesto en duda por sus fracasos, sino que los busca como quien busca en las toneladas del lodo y estiércol y basura que los demás dilapidan a paladas para reclamar su, la, primera onza de su oro.
Cuando a ambos se les acaba la autoconfianza de la que todos presumen cuando el viento viene de popa, el líder prosigue ‘como si’ las fuerzas no le fallaran… aunque sea exactamente lo contrario de lo que querría realmente hacer.
Es en la encrucijada cuando las similitudes entre ambos finalizarán:
Mientras el líder de su vida llegará magullado al final de una existencia en la que habrá dispuesto sus términos, haya caído quien haya caído, el mediocre llegará de una sola pieza – habiendo fracasado estruendosamente en su misión de entorpecer al primero.
Mejor llegar herido, magullado, vendado, encallecido al final de todo esto – si ese es el precio de reclamarle a la Vida lo que nos merecemos.
Que llegar inmaculado, adornado en seda, con las manos sin rasguños y el corazón virgen de batalla – por haber optado por la docilidad del perro que rehúye ser apaleado de nuevo.
En el Juego de la Vida, si no estás jugando, no estás viviendo.
Que tu batalla sea digna.
Dalo todo – y nada menos.
Tu Rival no merece menos de ti.
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