Es imposible prestar atención a todo: nuestro cerebro ha de filtrar continuamente aquello a lo que ha de dedicar energía (calorías) y tiempo:
Ambos escasos.
Por eso, todo a lo que prestamos atención, todo, se magnifica en nuestra mente, excluyendo así todo lo demás: cada decisión de ‘hacer algo’ implica infinitas decisiones de ‘no-hacer todo [el infinito -1 de] lo demás’.
No vemos las cosas como son en su esencia; las vemos como nosotros somos [y queremos verlas] en nuestra mente:
Si nos centramos en lo creativo, constructivo, generativo, lo ‘posible’ – eso es, precisamente, lo que acabaremos creyendo y el modo, por tanto, en el que actuaremos.
Si nos centramos en la crítica, lo destructivo, lo cínico, lo ‘imposible’ – eso es, también, el modo en el que actuaremos en concordancia.
Actúa pues ‘como si’ lo que quieres conseguir, qué demonios, fuera posible: los más grandes logros de los más grandes individuos se materializaron porque, precisamente, *no sabían* que no era posible: hacer volar o flotar miles de toneladas de metal, correr cien metros en menos de 10 segundos, enviar instantáneamente un mensaje al otro lado del planeta o ascender el Everest siendo ciego fue, durante milenios, imposible.
‘Posible’ es solo, pues, una opinión.
Aquellas personas, épicas, no siempre fueron más inteligentes o tuvieron más recursos o mejor formación. No necesariamente.
Pero lo que sí tenían muy claro es que lo iban a conseguir: les llevara una hora o una vida el intento.
Del mismo modo, desde luego, no tenían ni la más ignota idea del significado de la palabra ‘imposible’.
Ni falta que les hizo.
Menos mal.
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