La primera vez que perdemos algo (un trabajo, un negocio, dinero, ciertas relaciones) posiblemente no sea enteramente responsabilidad nuestra.
La segunda vez que perdemos lo mismo, quizás sea una buena razón para pensar si acaso no estuviéramos haciendo algo erróneamente que nos haya traído al mismo resultado.
La tercera vez que perdemos lo mismo, quizás sea cuestión de plantearnos si quizás nos vaya demasiado la marcha.
Me explico.
Una persona trabaja en una empresa intensamente. Lo da todo. Siente cierta seguridad y, a pesar de ver a sus compañeros pasar por caja para recoger su finiquito, confía que jamás le sucederá a él y trabaja aún más duro. Con ello y todo, llega el día que le despiden. Bien. No pasa nada. Cada vez es más frecuente. Se levanta, agarra sus cosas y, previsiblemente, de inmediato comenzará a buscar un nuevo puesto lo más parecido en posición, sector e industria a lo que hasta hace poco disfrutaba. Con suerte, lo halla.
Pasan unos meses, trabaja intensamente, lo da todo, siente cierta seguridad, y comienza a trabajar aún con mayor ahínco cuando ya se han fumigado a la mitad de su departamento, a ver si se consiguiera esta vez escapar. Aún y todo, le vuelven a despedir.
En este punto, quizás, sea un buen momento de replantearse las cosas o, en otras palabras, dejar de mirar tanto a la solucióninmediataconocida ('encontrar trabajo') para comenzar a plantear preguntas: ¿hasta qué punto estaré yo provocando esta situación?; ¿cuál está siendo mi responsabilidad, tanto por acción como por no-acción, para que esto haya vuelto a suceder?; ¿me he precipitado en sumergirme en otro trabajo tan rápidamente?; ¿me gusta siquiera este trabajo?; si necesitara el dinero, ¿qué puedo hacer para encontrar un equilibrio entre lo que me gusta vs. lo que debo hacer?
Nos casamos/establecemos una relación duradera con una pareja y, después de unos años, nuestrx compañerx nos deja por otro. En fin. Cosas que pasan. Duro, pero no infrecuente. Hay que levantarse y, en lo posible, recuperarse. Así que nos embarcamos en muy breve tiempo en otra relación duradera (tras algún que otro picoteo) con una persona que, curioso, o tiene un comportamiento muy parecido a la anterior, o es que soy yo que provoco el mismo tipo de respuesta. Lo previsible se hace visible: nos la vuelven a pegar con otrx. Ya lo sabía yo: todxs los (hombres, mujeres) son iguales. En esta tesitura, uno podría continuar su búsqueda, a ver si a la tercera el proverbio tiene razón o, quizás, echar el freno de mano y humildad en mano, preguntarse hasta qué punto hemos provocado esta situación (sabiendo, de nuevo precaución, que ser responsables no es lo mismo que ser culpables): ¿habré descuidado la relación?; ¿habré dado 'demasiado' segando mi propio bienestar?; ¿habré coartado acaso la máxima expresión del otro?
Emprendemos un proyecto magnífico, interesantísimo, lucrativo. Tras unos años, nos enteramos, gracias al contable, que nuestro socio de correrías y amigo desde el kinder ha estado paralelamente abusando de nuestra confianza y vaciando la caja a nuestras espaldas. La sociedad se liquida, acaba mal en los juzgados y a nosotros nos deja con ganas de revancha. Pero como el tiempo todo lo sana, nos lanzamos de nuevo a un proyecto escogiendo a un socio que, sorpresa, nos la acaba pegando igualmente tras unos años con los dineros.
Cualquiera sea el escenario, y despojando al evento de la tentación de cargar la culpa (a uno mismo o al otro: el daño, a fin de cuentas, ya está hecho), uno quizás debiera preguntarse ¿cuál está siendo [mi] responsabilidad para que [esto] siga sucediendo?
Desde las respuestas uno puede continuar avanzando, superar la situación y, quien sabe, quizás por fin salir de la mareante rueda del crear-resolver-crear-resolver el mismo problema pintado cada vez de diferente color.