A veces nos obsesionamos con el proverbial, casi mítico 'haz lo que quieras hacer, realmente, en la vida'. Y esto, en efecto, en multitud de ocasiones lleva a la frustración.
En ocasiones, la Vida pone delante problemas o circunstancias serios que, en realidad, encierran en su cáscara el germen de ese cambio preciso, de esa transición necesaria para trascender a esa vida deseada. Hay personas que descubren, a base de un extenuante desbrozo, sus oportunidades a partir de unas circunstancias de pérdidas severas. A fin de cuentas, es fácil crear una empresa con dinero heredado. Es sencillo ser invitado a una cena romántica cuando se nace con belleza. Es fantástico ser enchufado para un gran puesto sin haberse sudado los galones. Pero no es tan fácil crear una empresa sin recursos, mientras el individuo estudia y trabaja, pagando una habitación de alquiler y cuidando de alguien cercano; no es tan sencillo tornarse atractivo a través del cultivo de un rasgo de personalidad potencialmente seductor; requiere generosas paladas de paciencia pasar la mili de becario para ganar una valiosísima experiencia como líder.
Así, muchos proyectos vitales mueren en cuanto se los tilda de 'fracasos' y arrojamos la toalla con dolor, con ira, con resignación. Muchas personas acabarán asociando el fracaso de ese proyecto a su propia personalidad: en lugar de verbalizar ante otros y ante sí que 'mi proyecto fracasó' o 'fracasé en mi proyecto', comunican 'yo soy un fracasado' - y comienzan a moverse por la vida como tales. No es de sorprender que en ese punto algunos se acaben estancando y enlodazando durante meses, años... o toda la vida.
Quizás sea este tan solo un matiz, pero fundamental: las personas, podría interpretarse, a veces nos equivocamos, mientras que los proyectos fracasan. Un cerebro sano tiende a moverse en la dirección que mejor le beneficie, por lo que hará lo mejor que sabe y puede para asegurar el cofre del tesoro de su éxito con la información, siempre incompleta, de la que dispone en ese momento y situación. Un proyecto que no funciona sencillamente ha añadido en la coctelera la totalidad del resto de ingredientes y variables, incluyendo aquellas sobre las que no podemos ejercer ningún control, dando en ocasiones un resultado que no es el que nosotros anticipábamos o deseábamos.
Es así que muchos, muchos proyectos acaban fracasando. Sea porque la motivación, simplemente, no era arrebatadora; sea porque faltó conocimiento, apoyo de un equipo o una pura acción y activación dinámica del cambio. En otras ocasiones, los proyectos no se materializan tan solo porque no debían ser, existir, por razones e interacciones con nuestro Universo que aún se nos escapan.
Pero el que ciertos proyectos y deseos fracasen no quiere decir que no lo hagan para el mayor bien del individuo en el largo plazo, por doloroso e insoportable que se presente ahora: un divorcio tortuoso libera tiempo y energía para rehacer una vida y permitir una relación amorosa (propia y con otros) constructiva; un despido fulminante puede acoger la semilla de la emprendeduría y la libertad de decisión sobre el propio tiempo; una lesión permanente en un deportista puede albergar la oportunidad del reciclaje en una habilidad aún más excepcional en otra disciplina; una quiebra financiera encierra lecciones que jamás se podrán encontrar en las mejores escuelas de negocio.
Si nos aferramos y nos definimos en función de nuestros proyectos estamos condenados a la montaña rusa del éxito en la cúspide y del fracaso en las bajadas, de paso magnificando los primeros ante otros y nosotros mismos y justificando los segundos ante nuestro entorno o, peor, engañándonos a nosotros mismos cada noche antes de dormir.
El éxito es efímero.
Pero el fracaso, también.
Lo que permanece en ese zigzag vital, sin embargo, es lo que nos ancla a un estado de neutralidad emocional que nos permite actuar con mayor criterio o mayor intuición sin descentrarnos por el éxtasis de la fantasía del éxito perpetuo ni sucumbir a la amargura de los logros que nunca serán. Los mapas quedan obsoletos. Las brújulas no.
Lo que resiste los vaivenes de la Vida es nuestro Propósito, nuestra Misión en la vida.
La Misión es como la luz de un faro en mitad de la neblina del fracaso o como recordatorio de humildad cuando los vientos nos son muy favorables. La Misión, el Propósito de cada uno, los podemos reflejar por escrito en una frase, un pequeño párrafo, recogiendo aquellas actuaciones, acciones, proyectos, valores, en los que nosotros florecemos, eclosionamos; aquellos que nos acercan a un mayor bienestar o felicidad o como prefiera usted definirlo: 'me siento dichoso cuando asesoro a emprendedores a hallar nueva financiación y crear más empleos'; 'soy feliz cuando hallo nuevos medicamentos que mejoren la calidad de un enfermo crónico'; 'desarrollo mi potencial cuando ayudo a niños a aprender a escribir'; 'encuentro paz al ofrecer hospedaje rural a urbanitas estresados'; 'me gusta constatar el aprendizaje de las personas a las que formo desde mi departamento', y un eterno, y exclusivamente personalizado, etcétera.
¿Cuál es pues esa Misión en su vida que refleja los valores que únicamente a usted le pertenecen?
Cuando encuentre defina la suya, lo sabrá.
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