domingo, 21 de febrero de 2016

¿Tan crédulos somos?

Muchas de las así llamadas disciplinas del desarrollo personal aglutinan una hibridación de cosas tan poco científicas –pero tan populares- como las recetas de 'El Secreto' con unas dosis de metafísica y física cuántica (que, seamos realistas, muy pocas personas entienden, y menos dominan), basadas en una visión antropocéntrica (los humanos somos los cracks que deben ser servidos por el mismo mundo que expoliamos) y rematándolas con supuestas destrezas que podemos aprehender, reservadas habitualmente a divinidades mitológicas, con el fin último de cambiar el Universo entero a nuestro antojo.

¿De veras nos creemos que tras un Big Bang y 13.000 millones de años, éste ‘conspira’ para hacer nuestra fugaz vida más fcil?﷽﷽﷽﷽﷽﷽ pensamos que 13.000 millones de años y un Big Bang conspiran para hacer nuestra vida mácil?

¿De veras creemos que si nuestros deseos no se cumplen es porque ‘no los estamos pidiendo de la manera adecuada’?

En el área de desarrollo personal, en general, hay cabida para todo. Posiblemente, la inmensa mayoría de estas disciplinas sean puro humo. Y el resto suelen ser un refrito de algunas otras para-disciplinas o de las ideas de autores populares faltos de rigor alguno.

No nos creemos lo cierto; nos creemos solo lo que queremos creernos.

Este comportamiento errático (del por otro lado este cerebro nuestro pensante) tiene que ver con la necesidad imperiosa de todo Sapiens de 'creer' en algo - particularmente dada nuestra capacidad como seres 'conscientes' y trascendentes y (desde hace unas décadas apenas) con cierta propensión a no tolerar muy bien la incertidumbre que, sin embargo, es, paradójicamente, de las pocas certezas que nos ofrece la vida.

De este modo, si no hallamos una respuesta sensata, contrastada, sólida, objetiva a una pregunta (¿la Tierra es redonda? Sí, lo es, aunque no es una esfera perfecta) entonces, simplemente, nos inventamos otra respuesta que, curioso, suele caer de nuestro lado (¿Para qué está este Universo? Para que conspire para mí).

Ambos factores (necesidad de ‘creer’ + intolerancia por la incertidumbre), añadido además a la peculiaridad del humano de tragarse de partida todo lo que nos dicen -algo adelantado ya por Baruch Spinoza hace unos siglos y respaldado por la Antropología como mecanismo de transmisión de información crucial para la supervivencia- hace que sea sorprendentemente fácil vendernos una idea o una metodología 'milagrosa' que algunos comerciantes elevan con destreza a la categoría de doctrina ‘feel-good’.

Con un poco de tracción (un par de cientos de seguidores que se tragan cebo, anzuelo y sedal + una decena de casos ‘de éxito’ posiblemente por efecto placebo o por pura casualidad) entonces se puede alcanzar un punto crítico de aceptación masiva de una idea aunque pudiera tumbarse con dos minutos de pensamiento serio:

No hay magnífico razonamiento que resista contra una creencia arraigada.

Y cuando muchas de esas personas acaban desilusionadas –habiendo naturalmente pasado por caja- y el gurú de turno está disfrutando de los réditos de la venta de sus pócimas, es cuando tenemos dos opciones: o comenzamos a tolerar aquella incertidumbre vital de la que huíamos en primer lugar (algo relacionado con la sabiduría vital), o nos dejamos llevar de nuevo por la siguiente corriente o moda de alteración cuántica del universo conspirador.

La elección podría ser clara – o quizás no tanto.


La tierra, a fin de cuentas, no fue redonda durante milenios.


viernes, 19 de febrero de 2016

Deje de perder el tiempo intentando ser feliz.

Deje de perder el tiempo intentando ser feliz.
Las personas ‘felices’ solamente lo son, por temperamento, un 15% de la población.
Es decir, usted y yo, muy seguramente, seamos parte del 60% que somos moderadamente felices, o del 25% restante que tiende a la melancolía.
La peculiaridad ‘feliz’ se halla en los genes (como la del color de ojos o el número de dedos pulgares), definiendo por ‘felicidad’ sobre todo la presencia de dos características temperamentales:
- La baja resistencia (rechazo) a las vicisitudes y cambios que en su camino arroja la vida.
- La elevada capacidad de mantenerse en círculos relacionales de alta calidad y apoyo. (No, Facebook no cuenta).

En otras palabras: los más sociales y a los que más les resbalan las cosas que no les agradan son los que consistentemente son dichosos por naturaleza.
Todos conocemos a alguien así: parecería que podría ser esa permanente animadora con pompones que siempre permanece exultante aunque su equipo vaya perdiendo de treinta, le hayan subido cinco puntos el interés de su hipoteca o haya pillado a su pareja haciendo orfebrería con su mejor amiga.
Alabados sean.
Ahora bien, el resto, la inmensa mayoría del resto, no ‘nacieron’ felices. Del mismo modo que no nacieron con ojos azules, con cuerpo de pentatleta o con tentáculos. Simplemente, la Naturaleza no lo quiso.
El problema de esto hace unos tres siglos hubiera sido irrelevante. La gente –no perteneciente a las élites- ya daba por hecho que tendría que trabajar duro para comer. Que pasaría enfermedades. Que viviría desilusiones. Proyectos que triunfarían y otros que los hundirían. Parejas que vendrían, parejas que se marcharían. Alegrías y desvelos.
O sea – igual que ahora.
La diferencia es que únicamente en estos tres últimos siglos –sobre todo a partir del Romanticismo- comenzamos a considerar que la vida debía consistir en una recurrente exaltación de las emociones, de los sentidos.
La vida estaba puesta ‘para que’ fuéramos felices.
No hay desde entonces otra meta para el ser humano más que seguir el mandato de la Providencia de ser felices.
Y esta es la falacia número uno -- que más infelices al día está causando.
La número dos, más o menos también en los trescientos últimos años, viene cogida de la mano de la Revolución Industrial: mayor producción sostenida significaba mayor consumo. Mayor consumo generaba aún mayor producción. A más compras, más comodidad. A más comodidad, más seguridad. A más seguridad, más felicidad.
Bingo. El capitalismo se convirtió pues en la llave maestra de la cerradura de la felicidad.
Y esta fue –y es- la falacia número dos:
‘La felicidad se puede *comprar*.’
Así emparejados, Romanticismo y Capitalismo llevan robándonos nuestros mejores años trabajando como bestias y persiguiendo hasta la idiocia los modos de poder comprar –tener- más cosas, con las que ser –fijémonos bien: ‘ser’ – felices.
Erich Fromm ya nos alertaba de la sustitución en nuestro modelo social del ‘tener’ anteponiéndolo al ‘ser’, al constatar cómo comenzamos a acudir en masa al ritual de la compra en los templos del consumo, buscando hallar la dicha última en una transacción económica inmediata antes que en un propósito significativo vital.
¿Y qué dice la Neurociencia? En efecto: avala al señor Fromm.
El núcleo accumbens es uno de los centros del placer de nuestro cerebro, perteneciente al sistema límbico. Ahí experimentamos, obvio, ‘placer’ – cuya causa grabamos en nuestra mente para buscar repetir la experiencia: si una bola de helado de chocolate belga proporciona placer, qué no hará –en teoría- comerse el bote entero. Aplíquese la misma lógica en la bebida, el sexo, el consumo de cocaína o el ir de compras.
Y funciona, claro que funciona.
Ahora bien, recordemos: el circuito activado del cerebro es el del ‘placer’, no el del ‘bienestar’ (o, retando a la genética, el de la ‘felicidad’).
Para que este ‘bien-estar’ significativo se produzca, el placer no basta. Hace falta activar simultáneamente el lóbulo prefrontal izquierdo – o sea, donde se localiza nuestra sensación, puramente humana, de ‘Propósito’. (Sí, la aparición de la conciencia en nuestra especie trae consigo este pequeño defecto de funcionamiento: cuando durante demasiado tiempo hacemos las cosas sin un ‘para qué’ razonablemente claro, o nos encabr*namos o, peor, nos embrutecemos al empequeñecer nuestra colosal capacidad mental al subsuelo de la tarea repetitiva sin sentido. Al convertirnos en meros recursos productivos. Recursos humanos).
En suma, es muy posible que usted no haya nacido ‘feliz’ por su genética: solo el 15% de la población ha nacido así de risueña.
Pero no le eche la culpa aún a sus padres.
En su manga tiene como última carta –y la más importante- la decisión de elegir buscar las circunstancias necesarias para sentirse plenamente dichoso con su vida.
Para ello, busque que sus labores cumplan las siguientes peculiaridades el máximo posible de tiempo:
1. Que le otorguen el máximo placer a sus sentidos. Que para eso están.
2. Que tenga un sentido arrebatador - aunque no sea el que su jefe querría saber. Disimule ante él si hace falta.
3. Que le permita desarrollar un trabajo muy retador – pero tampoco demasiado. Que nos guste volar no quiere decir que debamos hacernos cosmonautas.
4. Que le permita desarrollar un trabajo con cierta maestría – pero sin que sea demasiado fácil tampoco. El estrés por una actividad subóptima es igualmente demoledora que la causada por la actividad que nos sobrepasa.
5. Que esté en el contexto social adecuado. A fin de cuentas, no hay tarea que merezca la pena sin otras personas a las que servir y aportar un valor – y que -concesión a la vanidad- aprecien lo que hacemos.

Por eso, ‘ser feliz’, en realidad no tiene ningún sentido como meta vital: si lo somos es porque la genética ya así lo quiso. Y si no lo somos, jamás lo seremos pues no podemos elegir modificar nuestros genes con tanta facilidad como quien cambia de vestimenta o se inserta bolsas de silicona a ambos lados del esternón. Por romántico que sea.
Ahora bien, ‘sentirnos bien’, tener un (muy) elevado bien-estar vital, es una meta no solo posible, sino uno de los dos mayores motivadores que tenemos en nuestra vida.
Siendo el otro, simplemente, sobrevivir.
Quizás, después de todo, solo haya entonces tres tipos de personas en el mundo:
Los que ya de por sí son dichosos, hagan lo que hagan, pase lo que pase.
Los que trabajan para diseñar su propia dicha, con un propósito, con el placer de apreciar lo bello, lo sensual; con entrega resoluta a una labor con significado y valor para sí y otros.
Y los que se limitan, tan solo, a sobrevivir -
Intentando 'ser' felices.
_______
[¿Saber más de esto? Infórmate sobre El Cambio Interior: un fin de semana de éxito extraordinario trabajando tus metas en Ibiza, con Gregory Cajina y el Dr. Eduardo Tejedo en https://www.youtube.com/watch?v=HAUwlYx5D50]


martes, 9 de febrero de 2016

¿Nos estamos volviendo idiotas?

¿Nos estamos volviendo idiotas?

'Tú desea, que el universo conspira para que se te otorgue'. 

Seré poco exigente: de todo este Cosmos, tomaré solo la estimada existencia de la Tierra - unos 4.500 millones de años. Si un tipo vive, pongamos, 100 años, hagamos el cálculo de qué proporción ocupamos en este bodegón nuestro astronómico. Un 0,000002% de su existencia. 

O sea: nada.

Solamente una persona sumamente desesperada -o irremediablemente arrogante- de veras puede creerse que el mundo está 'para' ellos. 

Para los primeros, aparecerán eficientes los mercenarios del desarrollo personal, siempre olisqueando la presa fácil - a la que, después de aturdir en sus emociones, anulan en su capacidad de actuación. Son termitas in-empáticas ante la desesperanza ajena en el mejor de los casos.

Los segundos, por su parte, son los que lideran el saqueo de los recursos naturales de este universo: hay que ser (bastante) psicópata para expoliar, más rápidamente de lo que regenera, aquello de lo que extraemos nuestra comida, vestimenta y todos los gadgets electrónicos que no necesitamos. 

El universo no conspira nada, no. Está demasiado ocupado expandiendo y contrayéndose durante eones como para percatarse que -a veces, al menos- tenemos siquiera conciencia de él.

Por cierto. Conciencia. Asumamos -permítaseme- que en primates esta solo aparece desde los Neandertales hasta nosotros. 

Así, desde que tenemos uso de ella (unos 200.000 años), somos 'conscientes' de varias cosas.

Que la vida no siempre ha de ser grata, fácil, lineal, progresiva.

Ni, mucho menos, feliz.

En EEUU, la cuna de la colosal industria de la felicidad-cocacola, cada vez tienen más batallones de psicólogos y psiquiatras para atender a jóvenes universitarios de sus crisis existenciales, pérdidas de rumbo e incapacidades de gestionar la incertidumbre -- las mismas tres cosas que hicieron a sus padres fuertes. Y a sus abuelos. Y a todas las generaciones que los precedieron durante 200.000 años.

Sí: quizás nos estemos volviendo más idiotas. Antes, un niño con seis años podía ayudar en la casa, en el campo, a cazar para comer. Ahora, un niño de cuarenta años anda pegado a una pantalla de novecientos euros que le dice lo que debe pensar, sentir, hacer, trabajar, amar, morir. Y comprar, claro.

A la industria de la felicidad-cocacola le nacieron sub-industrias: la de los psicofármacos, la de la diversión psicotrópica, la del dinero como zanahoria ante el asno... y la del coaching.

Quizás [no lo sé: ya he visto tantos 'padres del coaching' que mis redondos conocimientos de genética no alcanzan a cuadrar tanto cromosoma Y] la razón principal del coaching en su origen fuera -también- gestionar emociones (también las dolorosas) de un modo productivo... en lugar de (como hoy día vemos por todos lados) primero clasificarlas como 'negativas' para después hallar el modo de evitarlas o sublimarlas leyendo acerca de universos -universos, casi nada- que conspiran solo pour moi para hacerme feliz, feliz, felicísimo.

Quizás [no lo sé: la última película de magia que vi fue 'El Mago de Oz' y tampoco me entusiasmó] la aseveración 'si lo imaginas, lo materializas' y sus derivadas fuera una osadía de un coach que se vino a más quien, creyéndose el divino causante de su propia fortuna, vendió fórmulas de éxito tan fáciles de guisar como recetas de estofado cuando cualquiera con dos dedos de frente -y algo de tiempo para usarlos- sabe que 'el' éxito es variable, maleable e impredecible. Como el estofado, vamos.

Pero seamos justos. Cuando tenemos el estómago lleno, el desarrollo personal -la autorrealización- es uno de los impulsos más arrebatadores del ser humano, cierto. Pero, desafortunadamente, es uno para el que solo uno mismo -con apoyos- puede hallar culminación.

El universo no conspira por ni para nadie.

Las cosas no se materializan solo por pensarlas.

La vida no siempre es -ni ha de ser- felizcocacola.

Pero eso no quiere decir que uno haya de dejarse abofetear por sus circunstancias.

Ni que deba tolerarse uno el abandonarse física, profesional, personal, financiera, sentimentalmente.

Ni que deba pasarse su existencia mortificándose observando lo turbio, sucio, gris, inane.

Al universo le da igual lo que elijamos ver.

Abracemos pues nuestra elección diaria:

Vivir creciendo. 

Vivir menguando. 

Vivir, sin más.

O volvernos idiotas.


'Rompe con tu Zona de Confort' -- ¡5ª Edición!

Apuntar al cielo -- esa es la única opción disponible Emoticono smile
'Rompe con tu Zona de Confort', ya en ¡¡5ª Edición!!
Gracias, gracias por acoger este libro -- y por vuestros mensajes compartiendo los cambios reales, duraderos, valientes, en pos de esos Grandes Sueños.
Solo hacia el cielo. Nada más.
Ese es tu camino.
[Y si quieres verlo en directo, nos encontramos en mayo aquí!: https://www.youtube.com/watch?v=HAUwlYx5D50]