Muchas de las así llamadas disciplinas del desarrollo
personal aglutinan una hibridación de cosas tan poco científicas –pero tan
populares- como las recetas de 'El Secreto' con unas dosis de metafísica y
física cuántica (que, seamos realistas, muy pocas personas entienden, y menos
dominan), basadas en una visión antropocéntrica (los humanos somos los cracks
que deben ser servidos por el mismo mundo que expoliamos) y rematándolas con supuestas
destrezas que podemos aprehender, reservadas habitualmente a divinidades mitológicas,
con el fin último de cambiar el Universo entero a nuestro antojo.
¿De veras nos creemos que tras un Big Bang y 13.000 millones
de años, éste ‘conspira’ para hacer nuestra fugaz vida más f
ácil?
¿De veras creemos que si nuestros deseos no se cumplen es porque ‘no los estamos pidiendo de la manera adecuada’?
En el área de desarrollo personal, en general, hay cabida
para todo. Posiblemente, la inmensa mayoría de estas disciplinas sean puro
humo. Y el resto suelen ser un refrito de algunas otras para-disciplinas o de
las ideas de autores populares faltos de rigor alguno.
No nos creemos lo cierto; nos creemos solo lo que queremos
creernos.
Este comportamiento errático (del por otro lado este cerebro
nuestro pensante) tiene que ver con la necesidad imperiosa de todo Sapiens de
'creer' en algo - particularmente dada nuestra capacidad como seres 'conscientes'
y trascendentes y (desde hace unas décadas apenas) con cierta propensión a no tolerar
muy bien la incertidumbre que, sin embargo, es, paradójicamente, de las pocas
certezas que nos ofrece la vida.
De este modo, si no hallamos una respuesta sensata, contrastada,
sólida, objetiva a una pregunta (¿la Tierra es redonda? Sí, lo es, aunque no es
una esfera perfecta) entonces, simplemente, nos inventamos otra respuesta que,
curioso, suele caer de nuestro lado (¿Para qué está este Universo? Para que
conspire para mí).
Ambos factores (necesidad de ‘creer’ + intolerancia por la
incertidumbre), añadido además a la peculiaridad del humano de tragarse de
partida todo lo que nos dicen -algo adelantado ya por Baruch Spinoza hace unos
siglos y respaldado por la Antropología como mecanismo de transmisión de
información crucial para la supervivencia- hace que sea sorprendentemente fácil
vendernos una idea o una metodología 'milagrosa' que algunos comerciantes
elevan con destreza a la categoría de doctrina ‘feel-good’.
Con un poco de tracción (un par de cientos de seguidores que
se tragan cebo, anzuelo y sedal + una decena de casos ‘de éxito’ posiblemente
por efecto placebo o por pura casualidad) entonces se puede alcanzar un punto
crítico de aceptación masiva de una idea aunque pudiera tumbarse con dos
minutos de pensamiento serio:
No hay magnífico razonamiento que resista contra una
creencia arraigada.
Y cuando muchas de esas personas acaban desilusionadas
–habiendo naturalmente pasado por caja- y el gurú de turno está disfrutando de
los réditos de la venta de sus pócimas, es cuando tenemos dos opciones: o
comenzamos a tolerar aquella incertidumbre vital de la que huíamos en primer
lugar (algo relacionado con la sabiduría vital), o nos dejamos llevar de nuevo por
la siguiente corriente o moda de alteración cuántica del universo conspirador.
La elección podría ser clara – o quizás no tanto.
La tierra, a fin de cuentas, no fue redonda durante milenios.
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