jueves, 29 de marzo de 2012

'Coaching para Emprender' y Gregory Cajina, en TV

La charla de la semana pasada acerca de 'Coaching para Emprender', organizada por ESADE Canarias, en TV.

Introducción en minutos 00:55 al 1:18 y desarrollo del 25:24 hasta el 27:15.

Gracias a Raquel Manchado, de @Urbacoaching por el link.


martes, 27 de marzo de 2012

La falacia de la motivación

Es fácil motivarse:

Hable con un amigo.
Asista a un curso potente.
Vea un buen vídeo que le emocione.
Lea un libro inspirador.
Macháquese en el gimnasio.
Consiga algo que no sea muy complicado hacer.

Pero la motivación sin la elevada innegociable determinación de conseguir lo que se propone es como tomarse una Viagra para hacer la declaración de la renta: pólvora mojada.

Nos dicen que querer es poder.

Pero querer es... querer. Punto.

Y poder es solo una potencialidad sin acción: todos podríamos ganar un Nobel en Ingeniería Nuclear y dictar el discurso de agradecimiento en coreano.

Solamente el hambre que le arde en el alma es la que materializa resultados. La feroz determinación que implica que la pregunta ¿y si fracaso? sea gramaticalmente errónea. No entiendo la pregunta. No es una opción válida.

Si su proyecto le inspira en un 99%, es que está muy motivado.

Pero aún no tiene hambre.

Encuentre un mejor proyecto.

lunes, 26 de marzo de 2012

Emprender de cero... absoluto

Sin formación reglada.
Sin créditos bancarios.
Sin despachos.
Sin contactos.
Sin experiencia.

Sin zapatos.

Si lo quiere de veras, hágalo.

Si no lo quiere tanto, siga razonándolo como si lo hiciera. Quizás alguien hasta le acabe creyendo.

Gracias a Gema por el vídeo.


sábado, 17 de marzo de 2012

Problema o evento

Un problema es un evento aséptico impregnado de una carga emocional propia.

'No consigo clientes' no es más que un evento, sin más. Es la preocupación (emoción catastrofización del futuro) la que escala al evento hacia una moderada ansiedad o directamente al pánico.

'Individux anula a su pareja' no atrae nuestra atención más que los cuatro segundos que tardamos en pasar la página del periódico. Pero ser receptor de una violencia verbal ('mi pareja me anula') dispara una emoción culpa (o autocuestionamiento, o ira) que le bloquea fácilmente a cualquiera.

'Me han despedido del trabajo' hoy, en España, ya casi implica nada más que un decimal más en la tasa de desempleo. Pero la emoción del que atraviesa esa agonía, la desesperación, puede diezmar una energía que se necesita para hallar un nuevo puesto.

Ansiedad, culpa, resentimiento, desesperación... son emociones primarias o secundarias que se ceban de la emoción básica miedo. Y el miedo, no gestionado, primero inquieta, después inmoviliza y, en última instancia, anula al que lo lleva puesto.

Por eso nos resulta tan fácil resolver los problemas de los demás: pareciera que siempre tuviéramos consejos y actuaciones magistrales para desenredarle la vida a un amigo, la pareja, el compañero de cubículo... pero cuando el mismo evento nos acontece en primera persona de singular, em, la cosa cambia.

Barreré para casa: he ahí la gracia de apoyarse (a veces) en un coach pues, si éste despliega bien su saber-hacer, estará en posición de acompañar al coachee/cliente a abstraerse con mayor facilidad de su problemática, aparcando el miedo, dejémoslo ahí aguardando un rato en la sala de espera mientras pensamos con claridad, y tentando posibles interpretaciones (que eso es lo que somos a fin de cuentas: seres interpretativos de nuestro entorno) mejores más efectivas de lo que le está sucediendo.

Interprete en frío el problema, y ya tiene la mitad resuelto.

Complicado hacer esto solo.

Pero no hacen falta heroicidades ni machadas: encuentre alguien que le haga de espejo y pruebe a separar el evento de la emoción que lo magnifica.

Lo paradójico es que verá que no necesariamente es el problema lo que nos inquieta:

Es la solución la que lo hace.

Otro evento.

No lo tornemos entonces en un nuevo problema.

lunes, 12 de marzo de 2012

Regulando a los demás

Hipócrates no tenía una carrera universitaria como galeno. Quizás, precisamente por eso, se le considera el padre de la Medicina occidental.

Miguel Ángel no ingresó en la facultad de Bellas Artes. Bebió de los más reputados maestros de su época y cinceló no solo obras maestras, sino una nueva manera de concebir el arte.

Gandhi no recibió un master en liderazgo nacional no-violento como requisito previo antes de erigirse en guía de su nación.

Sócrates no era un coach certificado por ninguna escuela que supervisara sus prácticas en dialéctica.

Jobs no egresó de ninguna escuela de negocios de postín que le hubiera mostrado cómo gestionar el departamento contable de Atari.

¿En qué momento alguien decide erigirse en regulador sobre los demás y determinar qué (y, sobre todo,quién) es profesional y qué/quién no?

¿En qué momento alguien decide que 'yo soy/estoy profesionalizado -y los que me sigan-', y los demás son intrusistas o de una liga inferior?

¿En qué momento decidimos exigir a otros (y a nosotros mismos) la adherencia a los dictados de un comité de ¿sabios? que, muchas veces, están más regidos por intereses más mundanos que los honorables principios y misiones que públicamente blanden?

A fin de cuentas, pareciera que siempre hubiera que pagar un peaje para matricularse, certificarse, graduarse, diplomarse o doctorarse para tener acceso a la Tierra Prometida de un contrato laboral, uno para el Estado, una cartera de clientes concreta o para pertenecer al grupo de los del título en la pared.

Y sin embargo...

¿Acaso realmente hace falta que alguien nos certifique para hacer cosas grandes?

martes, 6 de marzo de 2012

Cuando abandonar es lo valiente

Le sacuden una y otra y otra vez.

Por la derecha, por la izquierda, desde arriba, en las costillas, bajo la barbilla, el púgil sigue recibiendo cada golpe en toda su fuerza.

Suena la campana. 'Por fin, Dios mío', musita como puede. Tambaleándose consigue llegar a la esquina del cuadrilátero donde el entrenador le aguarda con una sonrisa forzada para ocultar el horror de lo que está viendo. Le pone hielo en los ojos, vaselina en los pómulos hinchados, unas palabras de ánimo con fútiles consejos de estrategia... hasta que el gong le arroja de vuelta a la lona, a luchar en esa guerra a escala en la que no hay público ni apuestas: tan solo un foco en la oscuridad de la soledad alumbrándole a él y a su contendiente, su situación, ese problema cebado como un puerco y que no hace más que golpearle, cada vez con mayor ferocidad: el trabajo que drena su vida, la relación envenenada disfrazada de amor, el proyecto que le oprime con deudas al peso.

No tiene ningún sentido el coaching. Por muchos meses que le dedique.

La terapia es inútil, no importa las horas o a quién le pague.

Incluso las risas del sábado con buenos amigos se vaporizarán en el éter en apenas horas.

No consiste solamente en potenciar a una persona, sanarle, distraerle de su sufrimiento si el fin es volver a mandarle a pelear con un par de tiritas y la cabeza llena de humo.

Quedarnos mientras nos siguen zurrando el alma no nos hace más heroicos. El ego, en ocasiones, es suicida.

A veces, la única solución sensata que resta es salir del ring.

A veces, lo más valiente que podemos hacer es, precisamente, arrojar la toalla.

Gane o pierda aprenda, escoja únicamente las batallas que merezcan ser luchadas.

jueves, 1 de marzo de 2012

'Estoy desmotivado'

Poco ha evolucionado nuestro cerebro desde que bajáramos de los árboles hace cientos de miles de años.

Sí, tenemos iPhones, trenes, zapatillas con GPS y aviones, pero nuestro córtex no ha cambiado casi nada (me refiero al hardware, lo orgánico; el software -las conexiones neuronales- posiblemente sea más potente hoy en un adulto contemporáneo que en un anteprimo cavernícola).

El cerebro está(ba) entonces diseñado para satisfacer impulsos inmediatos, pues al bajarnos del baobab nos exponíamos a nuevos depredadores que incrementaban las posibilidades de que ese paseo por la sabana fuera el último antes de servir de entremés a algún carnívoro con demasiadas horas en ayunas.

De este modo, si queríamos comer - comíamos. (Lo de almacenar los alimentos remanentes, desde el uso de la sal hasta la nevera de su cocina, vino algo más adelante).

De igual manera, si queríamos reproducirnos o, em, yacer con otros miembros y miembras de la tribu, pues eso - yacíamos.

Nuestro cableado, el de serie, es (y sigue siendo) muy básico:

Estímulo (hambre, pulsión sexual, etc.)  Satisfacción (cuasi inmediata: chuleta de antílope y, hale, a refocilarse).

Lo cual juega en nuestra contra: hoy, una vez encerrados los leones en el zoo y sustituida la sabana africana por un centro comercial, nuestros impulsos se han hecho algo más sofisticados y dispersos en el tiempo (éxito, dinero, status, seguridad...) que, sin embargo, seguimos buscando satisfacer de inmediato... una receta prácticamente infalible para la frustración y para la segunda gran queja en los despachos de Recursos Humanos de las empresas:

'Estoy desmotivado'. (La primera siendo, 'mi salario es una mi*rda debe subir más que la inflación este año, jefe').

¿Cómo engañar al cerebro?

Plantéese un macroobjetivo tan gigantesco como lo imagine, pero desmenúcelo en partes lo suficientemente pequeñas como para ir salvándolas y superándolas cada semana (como mucho) pues, cada vez que alcanza esas mini-dosis-de-éxito consigue, además, dos cosas más: 1) doparse a sí mismo con sus propias, hace unos días mencionadas, endorfinas  (¿acaso a alguien no le pone enorgullece superar metas?), las cuales le sirven de combustible para aquellos días flojos; y 2) acercarse, un pequeño tanto cada vez, a ese gran sueño vital.

Idee cómo construir aquello que le ronronea al oído por las noches. Algo grande y único. Suyo.

Planifique terminar la primera mitad de ese sueño en dos años.
La primera mitad de ese en los próximos doce meses.
La doceava parte en este mes que comienza hoy.
La cuarta parte esta semana.
La séptima parte hoy.
Y 1/24 ahora.

Por tanto, a ello. Ya ha leído suficiente por hoy :)