Antes o después, todos experimentan una pérdida, un revés serio.
Un despido inesperado, una ruptura sentimental explosiva, una quiebra, un despertar en una vida prestada y ficticia durante años.
El individuo entra en lo que llamamos un proceso 'de duelo' tras el golpe. Quizás esto suene algo desagradable (lo es), así que llamémoslo de renovación, de transición, de reinvención, de reestabilización. Lo que menos rabia les dé, es indiferente.
Si el golpe ha sido muy fuerte, algunas de esas personas acudirán a terapia, a un médico, quien previsiblemente le prescribirá (a veces demasiado alegremente) ansiolíticos y/o somníferos entre otros cócteles químicos.
Algunas de esas mismas personas simultanearán, además, sus esfuerzos por hallar (o inventarse) un nuevo 'norte' con el trabajo con un coach.
Sin embargo, una persona que tiene un estado alterado de conciencia por una medicación no está en condiciones óptimas de trabajarse haciendo coaching: su (des)equilibrio químico cerebral es tal (demasiado relajado, demasiado inerte, demasiado pasivo, demasiado ausente), que las decisiones que tome (ni qué decir de las acciones) previsiblemente serán completamente las opuestas a las que requeriría.
Una analogía. Si han visto la película 'Salvar al Soldado Ryan', recordarán las escalofriantes escenas iniciales en las que se recrea el Desembarco de Normandía del Día D por parte de las tropas aliadas en la Francia ocupada de 1944. La crudeza de las imágenes es bien plausible: morteros, cañones, balas, triturando y desmembrando los cuerpos de los soldados en la playa y tiñendo el mar de sangre. Los paramédicos, con más dosis preparadas de morfina que balas en la cartuchera, van inyectando sus jeringuillas a aquellos soldados que se desangran para, al menos, aliviar el dolor en lo que les evacúan... o mientras finalmente mueren.
No importa cuánta morfina o su equivalente legal nos inyectemos: si estamos heridos, o gravemente heridos, quizás consigamos no sufrir, eludir, el dolor - pero la femoral sigue perdiendo sangre muy rápidamente mientras nos quedamos mirándola sonriendo en un cielo de diamantes.
Cualquier persona que experimenta un duelo debe cruzar y trascender la primera fase, la del dolor, si quiere llegar a la última fase, la de recomponer su vida. Ante un daño, que no queramos estar heridos no quiere decir que no lo estemos. Querer haber cicatrizado no quiere decir que la herida esté suturada. El alma, como el cuerpo, requiere de un período de sanación que es individual y único y que, sí, puede acompañarse no solo por terapia (no medicamentosa) sino por un coaching bien conducido.
Si es usted coach y su coachee/cliente está cruzando esa primera y dolorosísima fase, quizás quiera olvidarse de plantear objetivos a largo plazo. Si la otra persona considera un logro levantarse cada mañana, ducharse y nutrirse arrancándose las sábanas si fuera necesario, tenga la certeza de que el avance ya es mayúsculo. Ya llegará el momento de correr. Déjele espacio para que se vuelva a tener en pie. Respete sus plazos.
Si es usted coachee, deje claro a su coach que está en plena fase de duelo. Si en lugar de espolearle con mimo su coach le presiona, despídale. Y aunque quizás sea lo último que quiera oir, sepa que lo trascenderá y aprenderá a vivir con ese duelo: los recuerdos no se podrán borrar, cierto, y ni falta que hace, pero sí se puede acariciarlos en la paz que solo el tiempo otorga. Y, si puede permitírselo, prescinda de medicación pues esta alterará su estado de conciencia, su equilibrio neuroquímico, su capacidad de decisión consciente - a veces de manera permanente y dada su composición adictiva que facilita la habituación. Hable todo lo que necesite para lavar su dolor, libere su emoción si lo necesita, permítase también que el humor le visite siquiera por un resquicio; rodéese de excelente compañía en lugar de doparse, halle una actividad laboral o lúdica que le ensimisme durante horas, apague las noticias, haga ejercicio aeróbico hasta que le ardan las piernas, nútrase como un atleta pero dele gusto al cuerpo también (ah, ese chocolate). Permítase mimarse y que le mimen. Recomponga sus fuerzas.
Genere usted así para sí mismo sus propios opiáceos (la endorfina lo es), libres, legales y gratuitos.
Genere usted así para sí mismo sus propios opiáceos (la endorfina lo es), libres, legales y gratuitos.
Hola Gregory! He leído atentamente tu artículo y por lo que comentas veo que existen ciertas similitudes entre un coach y un psicólogo. Crees que para ser un buen coach sería interesante tener cierta formación como psicólogo?
ResponderEliminarHola Lucas!
ResponderEliminarLa formación (que nunca acaba, realmente) en coaching 'tiene' un componente importante de conocimiento de la psique humana, lo cual no quiere decir ni implique que lo 'convierta' en psicólogo (entendido por tal el que se colegia). Desde mi punto de vista, cualquier profesión que implique una interacción con otros seres humanos (sea coaching, investigador en la Antártida o vendedor de zapatos) requiere un interés y pasión por conocer cómo se desenvuelven esos otros 'Sapiens': sus motivaciones, intereses, frustraciones y anhelos.
Gracias por tu comentario!
G.
Muchas gracias por tu respuesta Gregory!!
ResponderEliminarel dolor es inevitable,pero la opción del ""cómo"" enfrentarnos a él nuestra...
ResponderEliminarBuen articulo
Lo veo de manera similar, Loren - una cosa es el 'dolor' (reacción química, biológica), que nos hace sacar los dedos del enchufe; y otra 'sufrir', rememorando con todo lujo de detalles, una y otra y otra vez el calambre a todo el que nos quiera oír :)
ResponderEliminarGracias por tu comentario!