Antes, cuando teníamos la TV, la publicidad nos decía lo que teníamos que comprar. El prestigio, posicionamiento, tamaño ('ande o no ande...') de la empresa, nos convencía como para agarrar el monedero, acercarnos a una tienda y adquirir ese producto o ese servicio.
Nos servían a cucharaditas lo que debíamos comer, beber, conducir, vestir, sentir, emplear, consumir, gastar.
Nos vendían las cosas.
Ya no.
Hoy no son las empresas quienes venden.
Son los consumidores quienes compran. O no.
Es indiferente el mensaje publicitario que nos sirvan, nos guiamos más por lo que hacen individuos con intereses parejos en las diferentes tribus a las que pertenecemos y a las que estamos conectados físicamente o tras un teclado.
Todos buscan un líder-de-opinión... que hoy puede ser una masa de miles de personas asociadas tras un grupo en FB. El grupo dice 'compra', y el inventario del ungido será historia y hará caja (un millón de pre-pedidos del iPhone 4S agotado en... ¡horas!). El grupo dice 'no-compra' y la empresa en el centro de la diana ya puede fundirse el presupuesto del año mandando mensajes, que les costará levantar la cabeza del polvo.
Churchill decía que 'la democracia es la tiranía de la mayoría'.
Hoy hay infinidad de minidemocracias en las que las decisiones compra/no-compra no son democráticas (votos a favor/cotos en contra), sino que son absolutamente consensuadas: no hay ya minorías en desacuerdo (y si la hubiera, cambiaría esta su grupo de adscripción).
Vender ya no es posible. Las empresas ya no pueden empujarnos sus productos.
Son los compradores los que tiran de ellos hacia sí.
O no.
Por muy grande que sea la empresa, o espectacular su publicidad.