viernes, 7 de octubre de 2011

Por la mano

Requiere valor seguir tirando del carro cuando el resto de socios dan por hecho que el empedrado es impracticable, que las ruedas ya están inservibles, que la carga es excesiva, la distancia extenuante.

Es una de las decisiones más sencillas y más determinantes que hacen o quiebran el sentido de vida de una persona.

Abandone antes de tiempo y nunca sabrá si, por fin, ese éxito tan ansiado estaba tan solo tras una última carga del ariete.

Empecínese en embutir proyectos en callejones sin salida y quemará todos sus recursos en confirmarse lo duro que es el mundo, lo injustamente que le está tratando la vida, la fortuna que ha ungido a los demás.

¿Cómo distinguir la persistencia en el proyecto soñado de la testarudez ciega?

Diluya la segunda en la primera.

Re-dirija los esfuerzos que quema en cosas que (ya) no funcionan (sobre todo las que les funcionaron a otros), re-corrija el rumbo-de-todo-esto las veces que sea, las que sean, es su derecho; re-revise el plan en la mesa de diseño. Descarte el enésimo boceto aunque la papelera ya desborde. Los problemas solamente nos importan cuando quitamos la vista del para qué empezamos en primer lugar.

En la vida, como en el azar, es fácil jugar cuando se tiene una mano ganadora. Tentador evitar jugar cuando los hados pasaron de largo sin mirarnos - vaya, demonios, tampoco esta vez.

No. El juego de la vida no se detiene. E invita a todos a jugar con las cartas que le han tocado a cada uno.

Es el jugador quien marca la diferencia entre suerte y éxito. Entre coincidencia y azar. Entre jugar o dejar la mesa con el pretexto del desinterés.

Mire bien sus cartas.

¿Juega?

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