Estamos en una formación/coaching/experimentación/think-tank-a-escala/cajón-de-sastre-emprendedor con 25 personas.
Todas, sin excepción, hablan de tener la idea para comenzar a emprender como si aguardaran una verdad absoluta, revelada-nadie-sabe-muy-bien-cómo. Ninguno parece estar dispuesto a mover un dedo, a pesar de lo (aparentemente) oscuras que se presentan sus alternativas. Que se arriesgue otro.
Sí señor: el comienzo se presenta complicado retador.
En muchas, muchas ocasiones, lo que activa la aparición de esas ideas maravillosas es precisamente comenzar a actuar cuando... no tenemos ni idea de qué hacer ni ganas de hacerlo.
Solo es cuando nos movemos que cambiamos de atalaya, sentido, energía; es hablando con otros, trabajando con otros, soñando (!) con otros, moviéndonos en campos donde nunca hemos explorado ni nos han llamado, retando nuestro estoy-de-vuelta-de-todo con otros, que las ideas hallan la puerta abierta para hacernos una visita. No al revés.
No: no esperamos a que la idea venga. Nos vamos a buscarla. Sin linterna ni libro, ni brújula ni recetario, sin faro y sin amarras.
Y únicamente cuando esté exhausto de no encontrarla, abandónese. Quítese de enmedio. Deje que le encuentre a usted.
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