lunes, 4 de junio de 2012

10 maneras de alienarnos

  1. Poco tiempo después de comenzar a caminar de niños, arrancamos a correr. Hasta que nuestros padres nos ordenan dejar de hacerlo porque nos vamos a caer, nos vamos a hacer daño o, simplemente, porque no se corre.

    Después, de adultos, nos encerramos en un gimnasio a correr sobre la cinta, como si fuéramos hamsters en la rueda. No, correr bajo la lluvia no resfría. La pereza, sí.
  2. Un poco más adelante, mostramos una creatividad arrebatadora. Hasta que en la escuela nos ordenan cuadricular nuestro aprendizaje dentro de los márgenes del cuaderno y los párrafos del libro. Como si, de repente, una parte de nuestro cerebro fuera un escenario de cartón-piedra. Todo un dislate de la naturaleza.

    Más adelante, nos pasamos una vida intentando figurarnos por qué esta no funciona de manera lineal como nos inculcaron durante años tras el pupitre.
  3. Cuando nos bajamos de los árboles hace 200.000 años, aprendimos a socializar y cooperar en tribus de no más de 150 individuos. Hasta que aprendimos a saturar gigantescas urbes con millones de personas... que viven solas.

    Después, para socializar, nos inventamos sistemas para conectar con otras personas sin tener que levantar la vista de un ordenador, sin tener que mirar a los ojos, sin tener que exponernos en nuestra humanidad.
  4. Vivíamos por aquel entonces conectados con el entorno, integrándonos en él, tomando lo necesario (y no lo que queríamos) y respetando su equilibrio. Hasta que descubrimos cómo domarlo, procesarlo, talarlo, contaminarlo, quemarlo, desertizarlo, matar animales en masa (y como ¿arte?, ¿deporte?, ¿ostentación?); y también cómo sentarnos delante de un ordenador durante sesenta horas a la semana, cómo producir tres veces ¡diariamente! más comida procesada de la que podemos ingerir, mientras 'la' sociedad ¿preponderante? malgasta alimentos y vive con sobrepeso, y 'la otra' sociedad no tiene hoy,  ahora, qué demonios llevarse a la boca. (Y por el camino, ya que estamos, inventamos maneras de estar ser deprimidos. Observen si no la cara de disgusto en el autobús mañana: el que sonría por nada seguramente ande drogado o sea un chalado).

    Es entonces cuando aparece nuestra industria farmacéutica con pastillas mágicas que aprovechan el efecto placebo mientras desarma nuestro equilibrio proteico y metabolismo internos.
  5. Comíamos lo que necesitábamos de la naturaleza. Tal cual. Integral. Sin refinar. Hasta que descubrimos cómo comer y beber más plástico que orgánico, el colesterol y las enfermedades cardiovasculares.

    Hasta que a alguien se le ocurrió etiquetar aquellos alimentos que incluyen menos antibióticos, insecticidas, manipulación genética y daños ecológicos.  (Sigo sin saber qué demonios es un bioplátano).
  6. Cuando las cosas venían torcidas, aquella tribu nos aportaba el apoyo, los recursos, las palancas para volver a levantarnos. Hasta que alguien inventó la frase 'eres un fracasado' acerca de otro alguien que intentó algo que pudiera aportar valor a su comunidad y recibió un resultado diferente al deseado. Como para seguirlo intentándolo.

    Y las estanterías de autoayuda se convirtieron en una industria y el miedo pasó de ser una función útil a nuestra principal razón excusa para no perseguir algo diferente, mejor.
  7. Nacemos seres sexuales y sexualizados, entendiendo por sexo una interacción social constructiva y emocional, saludable y gratificante (lo de la reproducción ya lo estudiamos de pequeños). Hasta que decidimos escandalizarnos desde que alguna(s) entidad(es) religiosa(s) determinara(n) que eso es sucio, no toques... Eso sí: mientras, nos acostumbramos a desayunar viendo en las noticias miles de cadáveres bombardeados por un botón apretado desde un despacho a diez mil kilómetros. La violencia solo tiene sentido biológico para el humano cuando percibe escasez de recursos. Reprima el sexo (o la prosperidad, iniciativa, libertad de expresión, manifestación de individualidad o grupalidad) y tendrá violencia. 

    Y las consultas se llenaron de frustraciones sexuales por ser... sexuales, y los sofás acomodaron mandos a distancia para cambiar fácilmente del canal de cadáveres al del fútbol.
  8. Aprendimos que los bebés, además de leche y pañales, necesitan que los acunen en brazos para su desarrollo emocional (¿o acaso solo nos interesa que suba su peso dentro de los gráficos que nos da el pediatra?). Hasta que nos inventamos los modos de justificar cómo ignorar sus lloros porque si no se malcría. Explíquemosle eso al retoño: lo entenderá tanto como la teoría de los fractales.

    Tener un hijo es mucho más que... tenerlo.
  9. Descubrimos que la competencia solo tiene sentido cuando se respeta al otro como espejo que estimula el que uno alcance un punto más de lo mejor que puede llegar a ser. Hasta que aprendimos que competir implica machacar a ese otro, mejor con desprecio, bandera, himno y corneta si es posible.

    ¿En qué momento de la Historia se trazó la primera frontera sobre un mapa? En el momento en que dejamos de ser nómadas (buscar recursos en pastos más verdes) para apalancarnos en un terreno mío que me dé de comer a , a mi esposa y a mis hijos y que protegeré con mi vida.
  10. Vivíamos en un presente inmediato para una vida finita. Hasta que aprendimos a vivir en un mañana que, curioso, siempre tiene que ser mejor. ¿Pero realmente, realmente, realmente estamos tan mal hoy?

    La palabra presente, además de actual, significa regalo.

    ¿Lo ha abierto hoy?
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A veces uno se plantea si aprendemos cosas durante 40 años... que luego nos pasaremos otros 40 des-aprendiendo. Media vida luchando para ser algo que pensamos debemos ser, para invertir la otra media en descubrir quiénes somos de veras.

Gran parte de lo que creemos es nuestra forma de pensar en realidad ha sido, y queda, implantada en nuestro subconsciente desde que somos infantes. Es indiferente la buena (o no) voluntad que hayan expresado padres, tutores, pastores, educadores, guías, gobiernos, cuidadores, familia y televisión.

Es sorprendente ese esfuerzo titánico de nuestro sistema en enseñarnos a no-ser lo que somos de manera natural y sin esfuerzo:

Humanos. Personas.

No biohumanos. 

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