miércoles, 2 de julio de 2014

¿La falacia de la libertad?


El libre albedrío, técnicamente, no existe: somos producto de nuestra sociedad, educación, experiencia, lo que dictamina nuestro cerebro. 

Nuestra mente subconsciente decide antes de que creamos que hemos decidido -- algo que el Neuromarketing (pero demonios, ¿acaso va a quedar viva alguna Ciencia que no se emplee para vender, vender, vender más?) profesionalmente empaquetado emplea para entitirizarnos aún más. 

"¡Estulticiemos más a la población!: ¡que compre, que compre!"

Pero la libertad, o mejor, La Libertad, no es un derecho, sino un privilegio que ha de ganarse más con lágrimas que con las risas del titiritero. Viene solo cuando se paga el muy caro precio de ser consciente de nuestras inapelables bazas, nuestros músculos más hercúleos: nuestra determinación, nuestra voluntad, nuestra ira canalizada, nuestra inconformidad.

Nuestra Libertad viene tras ser consciente de lo que nos retiene. Sin rechazarlo, sino aceptándolo como quien acepta la cruz en cualquier moneda: nuestro temor, nuestra duda, nuestro total y ciego conocimiento del futuro, nuestra bíblica ignorancia del universo, nuestra gigantesca pequeñez.

Pero, sobre todo, la Libertad absoluta viene cuando uno es capaz de hallar neutralidad cuando la fortuna sonríe o cuando nos abofetea; cuando tumbamos un reto o él nos tumba a nosotros; cuando somos traicionados por nuestra gente o elevados por nuestros enemigos; cuando tornamos cualquier palada de estiércol en un abono fértil para que germine lo que hemos venido a hacer aquí.

Tengamos claro el precio de nuestra Libertad.

Tengamos claro el premio de nuestra Libertad.

No hay más ensayos: esta es, ya, la obra de teatro definitiva sobre la que se despliega el drama y la comedia de un argumento sin sentido escrito.

Usted no es un figurante. Ni es un público aplaudiendo abobado.

Suba ya al escenario y escenifique lo que quiere ser ya -- 

Como si ya lo fuera.

Eso es la Libertad.

#RompeLaZona

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