martes, 13 de septiembre de 2016

Manos arriba: pase por la caja 5

Lo de los libros de texto escolares en España es un secuestro.


Si tiene usted hijos en primaria o secundaria, ya habrá recibido la correspondiente bofetada de septiembre de entre 400€ y 600€ aproximadamente por comprar varios kilos de libros que, sabe, en cuanto llegue el primer día de clase, no podrán nunca volver a ser utilizados: ni por sus hermanos pequeños ni revendiéndolos de segunda mano ni donándolos al curso siguiente a quien no podrá pagárselos.

Si en nuestros tiempos usábamos los libros varias generaciones de hermanos, ahora tenemos que elegir entre irnos una semana de vacaciones en agosto o pagarle los libros de texto a nuestro hijo en septiembre porque hacer las dos cosas se ha convertido para muchas familias en una imposibilidad.

Uno podría entenderlo si, quizás, los avances de las ciencias, las artes, la filosofía, fueran tan colosales en este país que hicieran a los libros completamente obsoletos de un año para el siguiente. Pero no estamos hablando de Premios Nobel ultraespecializados: estamos hablando de niños y adolescentes que aún –en teoría- están experimentando con las diferentes asignaturas. No necesitan un tratado de Física para crear un acelerador de partículas en el patio ahí al lado de las porterías de fútbol; y, desde luego, una breve introducción a la Química no es posible que cambie tanto de un curso para otro. (Algunos de nosotros hasta nos acordamos aún de lo suficiente como para confirmar que, en su momento, estudiamos lo mismo que están estudiando ahora nuestros hijos). Pero eso sí, estos libros tienen valor añadido: le ponen pegatinitas para que solo pueda usarse una vez. A fin de cuentas, a nadie le gusta heredar un libro sin pegatas.

A lo mejor es porque España tiene una I+D+i tan portentosa que se descubren nuevos avances más rápido de lo que da tiempo a meter los libros en la imprenta antes de cada curso escolar. Pero la cuestión es que dentro de los 28 países de la UE, el país está en el puesto número 19 en innovación. Yuju, más pegatinas.

Quizás la solución pasaría por un Gobierno que limitara este despropósito, poniendo un techo a los precios de los libros escolares –en lugar de, pongamos, construir aeropuertos sin aviones o salvar bancas y banqueros-; o limitando por ley que cada libro solo pueda ser editado cada 2-3 años, permitiendo que los hermanos puedan reutilizar los textos o que se genere un muy saludable mercado de segunda mano a lo Wallapop que funciona de traca en otros países.

Todo esto sería estupendo, si no fuera porque no hay Gobierno al que pedirle nada. Y aunque lo hubiera, anda demasiado ocupado con cosas más importantes como ir preparando las terceras, cuartas elecciones y todas las que sean necesarias: pedir una gran coalición es definitivamente iluso cuando ni siquiera se ponen de acuerdo en de qué manera enterrar un poco más a chavales en deberes absurdos, hundiéndolos también de paso un poco más en el Informe Pisa que toque ese año antes de la campaña electoral. Nos merecemos lo que votamos.

Por no hablar de medioambiente: si un árbol medio genera (talándolo –que es matarlo, junto a su ecosistema, aves, etc.-) pongamos unas 10.000 hojas de papel, y cada chaval entre libros, apuntes, cuadernos, murales y pegatinas emplea al año de media, digamos, mil hojas, entonces cada diez niños nuestros que se merecen todo lo mejor talaremos un árbol. Si en España hay unos 8 millones de escolares, entonces cada curso nos llevamos por delante unos 800.000 árboles en papel que después raramente será reciclado –ya que reutilizarlo como opción ha quedado descartada-. Cada persona necesita de media el oxígeno producido por 8 árboles al año para respirar así que, haciendo cuentas, cada curso respirarían peor 100.000 personas.Y eso que aún no hemos metido a los universitarios en el recuento.

Así que, si por azar vive usted en algún planeta fuera de España y se acerca en estas fechas a los centros comerciales locales, admírese con la resignación –algunos hasta entusiasmada- de miles de padres pagando sin chistar –nadie negocia cuando se trata de ‘darle lo mejor al niño’- el rescate de comprar más y más libros con caducidad a 9 meses y diferencia en contenidos prácticamente nula en los últimos años.

Es el sueño de todo aprendiz de capitalista: 1) obsolescencia programada a muy corto plazo de 2) un bien de primera necesidad -libro escolar- y 3) pagado de inmediato –nada de facturas a 90 días, que eso es para aficionados- por 4) clientes muy motivados que repetirán –el marketing nos llama alegremente ‘cautivos’- durante al menos 16 años más.

Qué demonios. Todo sea por el aprobado.



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