Aunque pueda parecer contra-intuitivo, entregar gratis lo que se produce es precisamente lo que puede acabar atrayendo clientes.
Hay una serie para pequeños (Pocoyó) que se puede ver gratuitamente en Internet – sin embargo, la facturación por merchandising es estratosférica.
Descárguese una app como Shazam para su iPhone, y (para los melómanos) le pondrán la miel en los labios… miel que solo podrá degustar comprando, por una modesta cuota, la version premium.
Hay modelos de negocio en los que no hay intercambio monetario: si te gusta mi producto, no lo pagues, pero viralízamelo en tu Facebook o blog.
Hay artistas que, incluso, fomentan la piratería – precisamente porque sus ingresos no proceden de la venta de sus producciones, sino de los eventos asociados (conciertos, suscripciones a clubs de fans, merchandising, etc.)
Obviamente, está abierto al abuso: hay ‘clientes’ que pueden agenciarse un buen número de servicios sin pagar nada del trabajo de otro. Hay una muy delgada línea entre ‘probar’ un producto y parasitarlo. En efecto, quizás esté entrando en el resbaladizo terreno de lo ético – pero me expongo. Si a un individuo le gusta un documental indie que ha conseguido ver pirateado, quizás adquirirlo legalmente (posesión o streaming) sea un acto de reconocimiento por un trabajo bien realizado que le ha satisfecho, le ha proporcionado algo que antes no disfrutaba: una experiencia, un pensamiento, una idea.
Pero, ¿y si no se tiene el dinero como cliente para adquirirlo?
Entonces viralícese – pase la voz, vamos. Es una manera de pagar, facilitando el que se dé a conocer el creador, el generador del producto/servicio consumido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario