miércoles, 20 de febrero de 2013

Dudando

Hay un momento, tras la Idea, en el que comenzamos a sospechar que, de hecho, es muy posible que *no* funcione.

Esos demonios no son más que un instinto primario de supervivencia ('caramba, tampoco estoy tan mal', '¿para qué arriesgarme?', 'nada, nada: que me quedo como estoy'), es decir, una versión 2.0 de nuestro prehistórico 'huye de cualquier cosa grande con dientes'.

Las Dudas, además, son una llamada continua a usar el raciocinio duro e implacable del análisis para ¿boicotear?, ¿demostrar?, ¿retar? la Gran Idea que en ese amanecer perezoso de domingo nos prendió la imaginación de lo posible como una descarga.

La mente es una gran servidora de lo que, desde el comienzo, deseamos oír:

- Si queremos dar las razones por las que 'no saldrá' nuestro proyecto, las hallaremos a puñados. (Aunque *sepas* que tu idea es brillante).

- Si buscamos convencer(nos) de que ese huevo con alas pintadas a los lados volará, poco tardaremos en encontrar leyes de la aerodinámica (aunque sea en la penúltima entrada en Google) que soportarán nuestra premisa.

En ambos casos, ciertamente, 'tendrás razón'.

Pero también, en ambos casos, tu Idea seguirá en el limbo de los sueños.
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Mientras seguimos buscando docenas de argumentos, nuestra Idea va cubriéndose de polvo y comienza a oler mal en el ostracismo estancado al que la condenamos junto a los otros aquello-que-pudo-ser-si-tan-solo...

A veces hay que decidir.

Tienes la suficiente información.

Tienes los suficientes contactos.

Tienes la suficiente audacia.

Deja de contemplar durante tanto tiempo el parte meteorológico: no hay días perfectos para ascender una cumbre con nieves permanentes – solo hay días óptimos para el día de la gran cordada.

Lanza tu proyecto en fase beta -- y corrige el tiro según vayas avanzando.

Lo vas a tener que hacer de todas formas, así que ¿por qué esperar más?

Tenemos siempre la razón.

Pero eso no quiere decir que haya una.

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