viernes, 11 de octubre de 2013

No participar.

Estuve hace unos meses en un campeonato de natación para niños pequeños. En él, todos los participantes se llevaban una medalla sencillamente por competir salvo los tres primeros, los 'ganadores', quienes se llevaban una copa.
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A mi lado, finalizada la carrera, una niña de unos cinco años lloraba desconsolada porque no había ganado una copa. La copa. La que creía que se le debía.
 
Porque 'había perdido'.
 
'No pasa nada', le consolaba la madre. 'Lo importante es participar'.
 
De todas las posibles, precisamente esa es la respuesta más 'perdedora' que le podemos decir a nuestros niños.
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Si la pequeña ha perdido la carrera (o no-gana) es, posiblemente, porque no entrenó tanto, tan duro, su cuerpo, su disciplina, su determinación, y con mayor fuerza que el resto de los que participaron.
 
Hay quien nace con talento. Y hay quien no. Y la única diferencia entre el primero y el segundo es que este último debe machacarse el triple para conseguir lo que para el primero es, casi, un paseo entre las flores.
 
Pero sucede. Y mucho (¿siempre?): el que triunfa (como quiera que definamos 'triunfo') no es el talentoso, el ungido por los dioses, el que más recursos tiene, el que nace en la familia modélica con un dócil labrador y pasta de dientes blanqueante.
 
El que triunfa es el que más coraje, disciplina, fuerza, empuje, lágrimas, dolor, rabia, frustración, invierte durante años -- antes de la Gran Carrera.
 
Y en sí mismo.
 
No, señora, no. Lo importante no es participar. Lo importante, dejemos de intentar abofetearnos a nosotros mismos hasta la estulticia, es ganar.
 
Ahora bien: lo determinante aquí no es ganar la carrera ni esa estúpida medalla. Ni tampoco perderla. Eso es solo un símbolo, tan artificial como el ritual social que rodea su imposición.
 
Si esa niña tras la carrera bate su propia marca porque cada día amaneció en el infernal invierno para ir a entrenar cuando el resto de sus amigos holgazaneaban cómodos y calentitos en sus camas de algodón; porque cada día esa niña dio todo lo que tenía y un grado más, porque cada día lloró y gritó y se enfureció y levantó los puños porque odió perder después de dejarse la piel durante cientos de horas en cada entrenamiento...
 
... entonces esa niña, sí, ha ganado.
 
Y ese triunfo no hay copa de hojalata que lo embellezca.
 
Ni medalla de consolación que lo oscurezca.
 
Ganar no es lo importante.
 
Ganar es lo único importante.
 
El mundo ya está demasiado lleno de gente que solamente participa. Porque les han dicho que eso es lo que cuenta.
 
Por eso todos ellos ríen, ociosos, ruines, mezquinos, desde la grada de la distancia donde el lodo del que lucha no les salpica.
 
Criticando a personas, como a esa niña, que un día les hará cerrar la boca.
 
Querida niña anónima: te presento mi respeto más profundo.
 
Quizás no mostrarás una copa en la vitrina de tu vida.
 
Pero tu coraje te guiará lejos. Muy lejos.
 
Gracias por dejar de participar.
 
Y por mostrarnos, demonios, cómo se gana.

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