martes, 31 de mayo de 2016

Culpa: la discusión inútil

El proceso por el cual culpamos a otros es, parafraseando al Dr. John Gottman, la bomba nuclear sobre cualquier relación, sea esta laboral, personal o sentimental. Cuando escuchamos cualquier pregunta que comienza por ‘¿por qué…?’ relativa a algo que hemos hecho o dejado de hacer (‘¿por qué no respondes a mis llamadas?’, ‘¿por qué has llegado tarde?’, ‘¿por qué crees que tu propuesta va a funcionar?’), automáticamente nos situamos en una posición defensiva, sintiendo a menudo que, en lugar de explicar, tenemos que justificarnos. Y cuando nos sentimos arrinconados, o nos defendemos o nos irritamos -y contraatacamos verbalmente- creando así una espiral destructiva en el diálogo que tiende a enrarecer aun hasta las relaciones más consolidadas. A muy pocos adultos les agrada sentirse cuestionados.

Cuando echamos la culpa, además, es consecuencia de una desproporcionada expectativa que tenemos de otro. Si alguien no encuentra trabajo, la culpa es de un gobierno, las empresas o la crisis, todos agentes externos sobre los cuales se deposita la responsabilidad de que hagan por nosotros más de lo que realmente van a hacer. Si nuestra pareja es algo desordenada, le echamos la culpa por dejar los calcetines en el suelo, lo cual suele conducir a una escalada hasta acabar rememorando una discusión aparentemente enterrada hacía años. Si nuestro hijo derrama agua sobre nuestro ordenador por descuido, le culpamos por su torpeza aun cuando hubiera sido un accidente. Cuando esperamos demasiado de otras personas, o tenemos una imagen distorsionada, excesivamente positiva, de esas personas -algo que se magnifica en relaciones donde hay un cierto vínculo emocional- entonces en cuanto esa imagen no coincide con la realidad nos sentimos defraudados. Y para canalizar esa rabia o ese enfado, en lugar de recalibrar nosotros la imagen o expectativa que tenemos del otro, buscamos en su lugar que sea el otro el que cambie. Sería como si exigiéramos de una ardilla que nadara tan bien como un pez y luego le echáramos la culpa porque rehuye el agua: por mucho que le culpemos o nos irritemos, la ardilla jamás desarrollará branquias. Es más sensato modificar nuestra expectativa de la ardilla.

Si nos encontramos siendo la parte sujeta a una culpabilidad -‘(siento que) me están echando la culpa’- en primer lugar es importante mantener la calma: no estamos en ningún juicio ante el Tribunal de la Haya. Segundo, devolver la pregunta que nos han hecho -y que nos hace sentir arrinconados- pero refraseándola más a nuestro gusto. Así, si después de haber hecho bien nuestro trabajo, nuestro jefe nos culpa de no haber conseguido al cliente (‘tenías que haber añadido más vídeos a la presentación’ o ‘¿por qué no has quitado las dos últimas diapositivas? Han sido terribles’), podemos preguntar de vuelta por ejemplo ‘¿cómo podías saber de antemano que los vídeos eran necesarios o que las dos últimas diapositivas no irían bien en la presentación?’ Estas preguntas son abiertas e invitan al diálogo y al intercambio de ideas. Recordemos que hemos de mantener la calma y tener presente que la persona que nos culpa, además de tener sus propios problemas que seguramente no quiera comentarnos pero que aún así le preocupan y generan ansiedad, está demostrando un grado de irresponsabilidad e inmadurez muy grandes al buscar un chivo expiatorio por errores imprevistos que atañen a los dos o posiblemente incluso al excederse en el uso de la autoridad. Ante un trabajo bien hecho que, sin embargo, ha terminado en error, hay que tener una elevada confianza propia y una alta humildad -ambos signos de tremenda fortaleza- para asumir la parte que le corresponde -pero nada más- y no echarle la culpa a otros.

Finalmente, si la otra persona tiene por hábito echar la culpa a otros, esto nos sirve como advertencia para mantenernos emocionalmente distantes. Pero si la otra persona tiene el hábito de echarnos la culpa solo a nosotros, entonces es necesario considerar mantenernos distantes también físicamente. No tenemos por qué soportar situaciones en las que recurrentemente se nos busca poner en una posición de acusados en el banquillo. Con siete mil millones de personas en el mundo, no hay ninguna razón para continuar manteniendo una relación cercana con quien no desea desarrollar una comunicación generativa. Aunque nos eche la culpa por largarnos.



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