sábado, 10 de septiembre de 2011

Superación

En mi escuela había un excepcional equipo de baloncesto.

Una tarde de marzo después de clase se acercó un novato a hacerse pruebas para entrar a jugar en el grupo para la siguiente temporada.

Todo el equipo se rió de él ante su torpeza y patente incapacidad de siquiera botar adecuadamente el balón.

El tipo, con la cabeza baja, dejó el vestuario en silencio - aparentemente humillado. Sus ojos, sin embargo, decían otra cosa.

En la soledad de quien ve picado su orgullo, el tipo se machacó a entrenarse solo. Jugaba contra oponentes imaginarios - y, sobre todo, contra sí mismo.

Invirtió docenas de horas en mejorar su tiro con cada mano - hasta que se hizo ambidextro. Algo demoledor para cualquier defensa.

Seis meses más tarde se volvió a presentar al equipo... y desde entonces fue titular indiscutible, sentando en el banquillo a algunos de los que se rieron de él. Sin rencor. Con elegancia.

Su talento no venía de fábrica. Más bien se lo fabricó él.

Y no solo eso.

Perdiendo a su padre muy joven y en una ciudad nueva para ellos, consiguió becas, trabajó y estudió para ayudar a su familia y a sus hermanos pequeños, consiguiendo que llegaran a la universidad cuando las cosas vinieron torcidas.

Ni una mueca de disgusto. Ni una queja.

Consiguió él mismo sacar adelante sus estudios de postgrado en una prestigiosa escuela de negocios, pagado con sus ahorros.

Se convirtió en profesor para esa misma escuela mientras iba promocionando en su trabajo.

Hoy dirige en Europa una de las empresas más grandes del mundo.

El mismo tipo. El mismo chavalín que no sabía ni meter una pelota de basket por el aro.

Su línea de salida no se hallaba ahí delante. No disponía de un Ferrari, ni de un gran presupuesto, ni de un mecenas.

Así que se convirtió en su Ferrari, su presupuesto, su mecenas.

Enhorabuena, viejo.

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