jueves, 17 de mayo de 2007

Todo el mundo quiere vender… pero nadie quiere ser el vendedor

Cuando estudiábamos en la universidad recuerdo cómo, al buscar nuestras primeras prácticas en ‘el mundo real’, huíamos de cualquier oferta que oliera o sonara a ventas o comercial.

Cuando buscábamos trabajo al terminar la Facultad, nos explicaban que las entrevistas de trabajo eran como un proceso de venta de uno mismo… y a muchos nos daba una especie de urticaria al oír la palabra ‘venta’ porque, ¿para qué si no estábamos estudiando sino para no tener que vender?

Cuando empezamos a trabajar, nos parecía (arrogancia de juventud) que el que estaba en un puesto de ventas era porque no valía para hacer otra cosa de mayor calado o prestigio.

Los años han pasado y los que nunca se han encontrado con que han tenido que vender se han perdido unas lecciones magistrales… las mismas lecciones que los que sí han tenido la oportunidad de vender se llevarán puestas durante su vida:
  • Superar los miedos –por debilidades reales o no–
  • Sobreponerse al ‘portazo en las narices’.
  • Dejar atrás la indiferencia –o desprecio– de clientes.
  • Superarse a sí mismos.
  • Ganar la ‘educación-de-la-calle’ que no enseñan en el aula.
  • Soportar el fracaso y, mejor aún, levantarse de nuevo.
  • Conocer mejor la psique humana.
  • Buscar satisfacer las necesidades de otros.
  • Humildad…
  • Y autoconfianza.

Hace unos años estaba en conversaciones con la más conocida empresa global de Selección online cuando me enviaron a visitarme/convencerme a una agente comercial, a quien yo creí entonces que sería otra ‘vendemotos’ de las docenas que lo intentaban cada semana.

Sin embargo, de nuevo, los prejuicios hicieron su trabajo.

La tal 'agente' llegó, vio y venció. En mi vida había experimentado un grado de profesionalidad tal. Su atención, su comprensión de la problemática, su disposición, su savoir-faire, la destreza y fluidez con la que solventaba obstáculos… era asombroso.

Naturalmente, firmamos y, poco después, le ofrecí un puesto en la que era por entonces mi organización, la cual, acongojada por el calibre de esta chica, decidió ‘congelar’ (vulgo, ‘echarse atrás’) el proceso para redefinir la estrategia (vulgo, ‘no tenemos ni p*ta idea de qué hacer con el presupuesto de marketing’). Cuando tuve que llamarla para comunicarle la torpe decisión de nuestro amado departamento, comenzamos a hablar de carreras, profesiones y trabajos… y de sus ambiciones y aspiraciones en la vida. Una vida futura en la que, como ella exponía con una admirable certeza exenta de arrogancia, ‘muy pronto jamás volveré a vender para nadie más. Soy buena en esto, así que, simplemente, estoy ganando tiempo y experiencia antes de montarme mi historia’.

Nunca se lo dije, pero ella fue una de las personas que me hizo caerme del guindo: vender no es que no sea un trabajo ‘inferior’ (mi primer trabajo ‘serio’ fue vendiendo –y haciendo de ‘botones’- en una tienda de ropa de lujo), sino que es ab-so-lu-ta-men-te vital para nuestra propia subsistencia financiera.

Ya he dicho en otras ocasiones que soy un creyente y defensor de la cuenta ajena… a medio plazo. Porque a largo plazo la nómina incapacita, adormece, entumece ese software tan precioso que tenemos alojado en el cráneo para buscar nuestro propio camino sin andar amarrados al aparentemente seguro puerto que supone trabajar para la empresa de otro.

De ideas excepcionales y pobremente vendidas están llenas las papeleras.

Pero las ideas quizás no tan maravillosas, pero sí ciertamente que aportan valor a un colectivo… bien presentadas, con entusiasmo, pasión, con espíritu de servicio… bien vendidas, en suma, son las que crecerán y harán prosperar a su dueño si las gestiona bien.

Piénsalo bien, a fin de cuentas, siempre estás vendiendo: a tu jefe (una propuesta), a tus amigos (un plan), a tus relaciones (un compromiso)... a tus socios (una idea), a tus potenciales inversores (un beneficio), a tu sociedad (una solución).

Practica la venta. Da igual lo que vendas. No es el ‘qué’, sino el ‘cómo’ donde se encuentra la lección.

Solo una vez vayas dominándola es cuando lo que sea que vendas te aportará réditos. Y cuanto antes empieces, mejor.

A mí me costó horrores cuando tenía 19 años venderle el primer bolso a una señora. Para el décimo ya lo encontraba hasta divertido (hacía apuestas con mi colega de tienda... que no siempre ganaba). Hoy me sigue costando, pero menos, vender por ejemplo una propuesta a un socio.

Supongo que algunos nacen y otros aprenden… yo, si he de ser alguno, soy de los segundos. Pero, desde luego, sé apreciar a un gran vendedor cuando lo veo. Especialmente por lo que pueda aprender de él y de mí mismo.

Y tú, ¿qué vendes?

Y, lo más importante:

¿Cuál es la solución que vendes a tu sociedad?

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