En una tutoría con un estudiante de RRHH intercambiábamos impresiones acerca de las competencias (habilidades requeridas en un puesto de trabajo para que este sea excelente - así, en resumen... liderazgo, trabajo en equipo, iniciativa y esas cosas).
- 'Hay una competencia que usted no ha explicado en clase', me dice.
- 'Seguramente', respondo, 'dependiendo del autor, hay docenas posibles'.
- 'No, no, de veras - esta seguro que no la ha recogido nadie'.
- (Yo, intrigado - este chico despunta en el área por su pensamiento lateral y a veces con gran persuasión): 'Ilústrenos, señor V.'
- 'Masoquismo'.
- (...) Por un momento, intento figurarme si es 28 de diciembre.
- 'Sí: masoquismo. Te tiene que gustar que te traten mal, que te expriman con la excusa de 'compromiso con la empresa' y que tenga que comportarse uno como realmente no es'.
- 'Elabore', le invito. Ahora sí que estamos hablando.
- 'Es como un dueño a su perro: le entrena para que haga todo lo que el dueño desea a cambio de comida (en esta analogía, un salario). Un dueño que le dice a su mascota: 'siéntate, dame la patita, c*ga en la calle para que lo pise otro y ni si te ocurra ladrarme. ¿Acaso el perro le dice a su dueño que debiera ponerse una cola, caminar a cuatro patas e ir amarrado al cuello?'
- '¿Así piensas?', le tiento.
- '¿Por qué cree que me he matriculado a su módulo de emprendeduría?'
Nuestro señor V. ya piensa así con 22 años del trabajo por cuenta ajena. Qué claro lo tiene.
Que patente se hace identificar a futuros emprendedores... incluso a algunos que todavía no saben que lo son. Qué parecido es el proceso de desvinculación emocional de una nómina y un jefe independientemente de la edad, nacionalidad o cultura.
Esta es la realidad, querido Gobierno: déjense de reformas laborales y faciliten la creación de autoempleo y emprendeduría.
Empezando por los programas educativos. Ya nadie quiere ser perro sin saber a lo que se expone.
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