Cuando se estudian estilos de liderazgo (no de jefatura, que siempre es la misma: la autoridad conferida por una tarjeta de visita), aparece uno, el autocrático, caracterizado por su intimidante ‘ordeno y mando’.
¿Motivador? A corto plazo, sí: una brigada de bomberos no puede ejercer un estilo colaborador o ejecutivo en mitad de un incendio: hay que resolver, y resolver rápido.
Pero en un entorno laboral no tan dramático, el jefecillo que busca el que su equipo resuelva, tiende a recurrir a ese ‘haga lo que le digo, Pérez’, con mayor o menor sutilidad que, en efecto, ‘motiva’ al tipo a ejecutar.
Y a poco más.
Para motivar, de verdad, a largo plazo y con compromiso (sí: he dicho esas tres cosas y sí, es posible) a una persona adecuada al puesto, con la información y formación necesaria para el desempeño en esa posición, es necesaria una sola cosa:
Que el responsable del equipo tenga mucha, muchísima autoconfianza.
Autoconfianza para asegurar que su equipo pueda resolver el problema de la mejor manera que alcancen por sí mismos, dotándoles de los recursos que requieran. Sí: siendo generoso.
Autoconfianza para permitirles el suficiente margen de creatividad para que se tornen expertos en la materia, si es que no lo son ya - que para eso les pagan. Sí: denles tiempo para pensar.
Autoconfianza para aportar una vision inspiradora a una tarea que, originalmente, quizás sea un mayúsculo aburrimiento. Sí: denles una imagen arrebatadora que alcanzar. (¿Usted pone ladrillos o está construyendo un hospital puntero en su clase?)
O, en otras palabras - lo que debe hacer el jefe es...
Quitarse de enmedio y dejar hacer.
Si no es capaz de soltar, entonces despida al jefe controlator y recomiéndele la doma de fieras. O despida al empleado que necesita que estén encima de él... y mándele de regreso al kinder.
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