viernes, 21 de enero de 2011

Ser o... siendo

Hace unos años, hacía entrevistas de trabajo - sí, yo era de esos m*mones que te ponía en aprietos :-) - para una empresa en la que se desarrollaban todo tipo de perfiles: desde lo más granado académicamente, hasta el que nunca tuvo la oportunidad de concluir sus estudios.

Independientemente de esa formación, me llamaba poderosamente la atención cierto mantra que repetían determinados candidatos durante la entrevista: 'yo quisiera de esta empresa poder aprender', 'me queda mucho por progresar' o 'estoy muy motivado por el plan de carrera que hay aquí dentro'. Dependiendo del puesto que anduviéramos buscando, esas respuestas hacían oscilar la balanza de la duda en favor del candidato, asegurándole un contrato de trabajo.

Ciertamente, un entrevistador se fija en las palabras que el candidato emplea... y cómo las emplea.

Usare el presente de indicativo ('yo soy', 'yo sé', 'yo tengo experiencia en...') y uno comenzaba a sospechar que, quizás, el individuo había ya copado su cerebro con todo lo que necesitaba aprender en la vida (muchas de las universidades y escuelas de negocio de donde procedían así parecían taladrarlo en su neocórtex). 

Mal asunto para cubrir un puesto de trabajo - cuya definición incluía la resolución de problemas impredecibles, con escasa (o distorsionada) información y ciertas dotes de funambulista a lo Cirque du Soleil.

Usare el gerundio ('yo estoy aprendiendo', 'estoy desarrollando''estoy formándome en') y uno tendía a asumir que era un tipo abierto a la colaboración en equipo, persistente ante los obstáculos o, en fin, susceptible de crecer. Vulgo: el tipo de humano con el que es más fácil trabajar durante largas jornadas.

Quizás este sea uno de los males de las empresas, de las relaciones humanas o, incluso, de la relación con uno mismo: puede que nos pasemos un número indecente de horas justificando/demostrando/probando ante otros (y ante nosotros) que, ciertamente, 'ya somos' tal o cual ('soy inteligente', 'estoy preparado', 'tengo más mala l*che que tú', 'tú no sabes quien soy yo').

Así, natural, cualquier discrepancia con otro Sapiens (no será por falta de ocasión) se acaba convirtiendo en una demostración de ego, típica de aquellos machos (y, sí, féminas) tipo Alfa. Una guerra, vamos: paséense si no por las puertas de los edificios de oficinas donde se congregan los fumadores, escuchen lo que se dice (¿hay alguna razón por la que los oídos no tengan párpados?) y, en fin, observen la de comentarios del tipo 'X es un (exabrupto-epíteto)', 'no tiene ni (exabrupto) idea', 'qué (exabrupto) que me han hecho a mí este puente'... como respuesta a las decisiones de algún jefe tipo 'aquí mando yo', 'se va a enterar, este', 'porque lo digo yo'.

Cuanto más infinitivo se sienta uno, más tentada se siente la arrogancia para ocupar espacio cerebral. Y hay sitio, sí. Unos cuantos terabites.

Y cuanto más gerundio se perciba uno, más espacio cerebral se crea para continuar almacenando experiencia.

Y, um, ¿sabiduría?

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