jueves, 18 de noviembre de 2010

Compasión vs. Lástima

En coaching hay una habilidad que considero clave para ser un buen coach - una traza de personalidad de este sin la cual, por mucho título y certificación, no es posible catalizar el esfuerzo de su coachee/cliente.

Toda vida humana, toda, ha sufrido una suerte de invalidaciones en su infancia por parte de sus proveedores de cuidados (padres, tutores), como subproducto de ese propio proceso de educación.

Si el pequeño decide meter los dedos en el enchufe, naturalmente que sus padres prevendrán que esto ocurra - salvando al niño de una muy desagradable experiencia en el mejor de los casos. Lo que sucede, adicionalmente, es que el mensaje que se le traslada es: "experimentar es malo (porque no me dejan hacerlo)" y "tú solo no te bastas para moverte por el mundo" (lo cual, curiosamente, también es una agresión al chaval - por omisión, al no-fomentar su independencia).

Muchos adultos nunca se recuperan de estos maltratos que quedan impresos en el subconsciente - aunque, conscientemente, hayan tenido una infancia que pudieran calificar como 'feliz'.

Y arrastran sus faltas de autoestima, autopercepción o autoconfianza en sus quehaceres laborales, profesionales, personales o financieros... buscando trabajos, relaciones, hábitos, que vengan a complementar lo que, sin saberlo, extrañan.

Creo que un buen coach debe observar al niño que hay delante, su coachee - y respetarlo y verlo con compasión: como ser humano que es, duro y frágil, fuerte y maleable, plástico y resistente.

No: no es lástima. La lástima victimiza a la persona - a ambas, de hecho, coach y coachee. La lástima debilita y ofrece una nueva excusa para abrazar el pobre de mí que tanto rédito puede otorgar a la 'víctima profesional'.

Justo lo contrario de lo que se persigue en un proceso de coaching: liberar, 'empoderar', asumir responsabilidad. Actuar. Conseguir. Y celebrar.


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