Cenaba hace unos días en un pequeño restaurante muy demandando que abre solo los días 1 a 25 de cada mes (los otros días los dueños están fuera del país) y hablábamos acerca del mega-viaje que se dieron mis contertulios hace unos años a varios Parques Nacionales canadienses. Tras años de ahorro, era la primera vez que salían de Europa.
Uno decía (¿se quejaba?) que con el dinero que se gastaron en esas semanas se podrían haber comprado un buen coche.
Otra correspondió: si hubieran comprado un coche, jamás hubieran vivido esa experiencia. No habrían disfrutado como lo hicieron. No hubieran podido atesorar tan gratos recuerdos. No hubieran podido recopilar el soberbio álbum de fotos que recopilaron. No hubieran podido sonreir ahora al rememorar la vivencia.
Ese alter coche, sin duda, hoy sería un montón de kilos de metal por los que seguir pagando cada mes.
Cuánta diferencia hay entre 'gastar' dinero y 'emplear' dinero. Es absolutamente personal lo que signifique cada extremo.
Cuando uno muere, no se puede llevar ni un solo céntimo. Cero. Nada. Rosco. Nothing.
Pero la vida, cuando desborda por las incontables experiencias (muchas de las cuales han sido compradas con dinero), gana sentido para el que la vive.
¿Qué hace cuando llega el dinero?
¿Compra cosas... o vive experiencias?
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