Si tienes hijos, sin duda querrás lo mejor para ellos: que no les falte de nada, que puedan disponer de la mejor educación, los mejores cuidados. Que estén siempre secos, calentitos, protegidos, que coman lo que quieran, cuando quieran, que disfruten de todo lo que no pudimos disfrutar nosotros.
¿Acaso no es eso lo mejor para ellos?
Quizás no.
Cuando éramos pequeños, venir con las rodillas sucias y con sangre seca era la evidencia de que lo habíamos pasado bien en el parque... sin supervisión de adultos pues, por alguna razón, no hacía falta que montaran guardia para prevenir que alguien nos hiciera mal. Si veníamos sucios, nuestra madre nos mandaba a la ducha, y la ropa a la lavadora. Esto quería decir, también, que habíamos estado experimentando, socializando, lidiando con los otros chavales de la panda, negociando canicas y chicles. Nadie se quedaba en casa para ver la TV.
Cuando era pequeño, no teníamos ni la más remota idea de qué demonios era un préstamo: si tenías el dinero, lo comprabas. Si no lo tenías, a ingeniárselas para generar y ahorrar más (con ocho años yo vendía flippers hechos con cartón y pinzas de ropa), pues 'el dinero no crece en los árboles' (¿les suena?).
Hoy sobreprotegemos a los pequeños. Sí: se tienen que ensuciar para aprender a integrarse (¿quién quería ser el del pelo engominado?). Sí: se tienen que hacer daño para aprender a cuidarse a sí mismos (¿quién quería ser el llorica?). Sí: se la tienen que jugar para aprender a arriesgar... y a levantarse cuando se pierden todas las canicas o las chapas durante la partida (¿quién no admiraba al que se había convertido en un crack jugando al guá o al futbolín?).
Lo importante, y esto también, es que se sientan queridos - no ungidos en cosas: una ingente parte de las causas por las que los adolescentes (y adultos) acaban cometiendo agresiones contra otros y contra sí mismos tiene que ver con la ausencia de cariño durante la infancia, de afecto, de contacto humano, de comprensión, de calidez. La 'ausencia-presente' (presencia física pero ausencia mental/emocional) del padre/madre o adulto primario también es tan lesiva como una agresión violenta en el futuro del chaval. Y esto no hay PlayStation que lo subsane.
En otras palabras: lo que los pequeños necesitan es tiempo. El nuestro. Que nos esmeremos en entresacar sus virtudes con las que nacen de fábrica - en lugar de saturarles con convertirles en lo que nosotros sabemos (¡) que ellos deben ser.
No: nuestros hijos no son propiedad nuestra. Nuestra misión para con ellos, paradójico, es que, sí, algún día, sean tan independientes de nosotros, que nos inviten a su casa a comer los domingos.
Ese es el legado: su autonomía de los padres.
Y también de cualquier cosa, persona o institución que le subyugue a trabajar por menos de lo que vale su talento o a vivir su vida escatimándose a sí mismo lo que se merece.
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