Hay muchas plataformas desde las que observar lo que le pasa a una persona: la aparición (¿o apariencia?) de problemas en muchas ocasiones son reflejo de la manera en que pensamos, nuestras creencias. Nuestras creencias se plasman en expectativas de esas creencias: estamos pre-dispuestos a ver lo que queremos ver (o ya pre-vemos en nuestra imaginación), a experimentar lo que esperamos experimentar, a 'tener razón' al ver que lo que precisamente evitábamos acaba siendo realidad.
Si un problema tiende a repetirse (¿cuántas personas se siguen enzarzando con similares parejas, las mismas relaciones laborales tóxicas, las mismas situaciones financieras, una y otra vez?), quizás haya que alterar la perspectiva. El observador (la persona) es la que debe cambiar - en lugar de empecinarse en cambiar el problema, el entorno, o a los otros.
Quizás el susodicho problema no sea tal: quizás esa dificultad sea, en realidad, una suerte de mensajero. Un portador de pequeñas epístolas, como post-its, acerca de... nosotros mismos. Una especie de ¿maestro?.
Solamente la presencia, la toma de conciencia, el darse cuenta, de que lo que nos atenaza ha sido, en muchas ocasiones (¿todas?) permitido, creado, provocado por nosotros mismos - al evitar un cambio, escondernos ante el miedo, posponer esa decisión que sabemos hay que tomar antes o después - nos abre la vía a crear realidades diferentes para nosotros: más de algo que deseamos, menos de algo que no, algo diferente a lo que vivimos.
Los problemas dejan de tener culpables (los otros), para convertirse así en aliados (¿qué es lo que este problema me está diciendo acerca de mí mismo?).
Tener problemas significa que uno sigue vivo.
Tener problemas significa que uno sigue vivo.
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