Hay dos razones por las que las personas deben desplazarse físicamente a una oficina a trabajar cada mañana: 1) que su ordenador está ahí; 2) que su jefe quiere ver que está ahí.
Para lo primero, ya hay soluciones: un smartphone, una conexión rápida a Internet, y zap, su empresa se acaba de ahorrar el coste de alquilar los metros cuadrados que ocupa su escritorio, la electricidad de su ordenador y su impresora, su transporte (tiempo y combustible) y las horas en las que está a otras cosas.
Para lo segundo, hay camino aún: con el número de horas que se trabaja (no, no todas son improductivas) en España por empleado (solo EEUU supera la cifra y eso con muchas menos vacaciones anuales), el país sería la locomotora de la UE. Sin embargo (o quizás por ello), en España aún hay cierta mucha obcecación por el presentismo: el jefe ejerce de controlator - 'que para eso me pagan', pensará él (suele darse más en varones este control en lo laboral). Las nuevas generaciones (y no solo por edad) de líderes lo ven de otro modo: aseguren los recursos que su equipo-colaboradores-colaterales (trabajo en red no jerárquico-vertical) necesita y, por Dios, quítense de enmedio.
El presente y futuro de las relaciones laborales pasan por la eliminación de la restricción física y geográfica: si su despacho está en su móvil y sus datos en la nube (Jobs dixit), entonces las opciones de establecerse como agente libre (no como empleado a una nómina pegado) son ingentes.
Las jornadas laborales decididas por uno mismo no solo serán posibles - sino que serán lo habitual: se acabarán las 40 horas de 9:00 a 18:00 de lunes a viernes.
La monogamia con la empresa se extinguirá.
Simultanear proyectos es lo que otorgará caché al agente libre.
Y este decidirá a quién encomendar sus servicios, pues la demanda por parte de las empresas será feroz.
¿A cambio? Poder calibrar el balance tiempo-dinero del individuo. En sus propios términos.
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