En un seminario solicitamos a los equipos que expusieran sus ideas de negocio (reales) por equipos. Hubo un participante, no obstante, que se negó de plano a compartir su proyecto.
Su argumento era que ‘le podían robar la idea' (el resto de participantes). Sin problema. Dejamos que se integrara en otro equipo donde el líder correspondiente, sí, compartió libremente su idea – la cual se hizo trizas, destripó, se le dio la vuelta.
Dejamos que se liberara tanta energía porque el feedback de este equipo era potentísimo: desvelaron las razones por las que la idea, en efecto, no prosperaría – otorgando así a su creador la generosidad de un grupo de personas que compartían sus impresiones desinteresadamente. El tipo, en cuestión, salió de la sesión reforzado, pues de tanta tormenta salió un nuevo concepto de negocio que su equipo, esta vez, sí valoró y elogió como materializable.
Requiere coraje someterse a la crítica de aquellos a los que tu idea les interesa (los que buscan cargársela por deporte, mejor mantenerlos lejos). Sin ese coraje, el creador de la idea posiblemente se hubiera dado el guantazo directamente con el mercado real.
Expónganse. La mentalidad del grupo, en efecto, es dispar a la del individuo, por genial que sea la de éste.
Una postdata: el primer tipo, al final, se aventuró a contar su idea. Pero desafortunadamente, el tiempo asignado a la sesión ya no daba para más.
No importa. Según nos contó, se llevó puesto lo que era relevante para él, lo que 'necesitaba aprender' (sic) en ese preciso momento.
Exponerse tiene su contraprestación si uno está abierto a encajar la crítica con una autoseguridad demoledora y una humildad mayúscula.
Puede intimidar, sí.
Pero solo las primeras veces.
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