No es extraño que las estadísticas lo revelen: vamos camino del 50% de matrimonios que se divorcian.
Hoy por hoy, escoger pareja es una tarea heroica: no solo se han multiplicado las opciones de relación (con/sin compromiso, relaciones solo íntimas, exclusivas, abiertas, mismo-distinto género, padres/madres separados, con casadxs, solterxs de oro o por vocación...) sino que hallar una concordancia entre lo que cada potencial partenaire desea requiere de unas cucharadas extra de comunicación - para consolidar una relación duradera y enriquecedora, esto es.
Casi nada: la comunicación ya de por sí anda filtrada por sesgos, prejuicios, ejercicios de adivinación de los miembros de la relación (y no digo 'pareja', pues cada vez es más frecuente encontrar relaciones, consentidas y buscadas, a más de dos bandas)... por lo que es sencillo imaginar la tendencia de cualquier relación sentimental hoy en día con esta inabarcable elección.
Efectivamente: su extinción.
Toda relación, antes o después, tiene su fin. Mantenerse juntos no necesariamente implica estar juntos.
Hace años asistí a una boda en la que los contrayentes proclamaron, en sus votos de lealtad, que permanecerían juntos solamente hasta que la muerte del amor (¡) los separara - para horror del oficiante.
Uno de los problemas es que el amor se nos vende mitificado. Descompóngase este en moléculas y encontrará que la química del amor es, precisamente, eso: química. Dopaminas, endorfinas, oxitocinas... de ida y vuelta, reforzados por el impulso sexual (a ver si no cómo mejor puede tentarnos la Naturaleza a reproducirnos) hacen que, en efecto, el amor sea ciego: no vemos, literalmente, los avisos de problemas que la relación puede presentar. Si a eso le asociamos el espejismo peliculero del amor eterno (¿oyen los violines de fondo?) y la búsqueda de la media naranja (eso haría unas 3.000.000.000 de seminaranjas en el mundo de donde escoger: como para acertar a la primera... es más fácil, estadísticamente, sacarse la lotería), entonces el desencanto está asegurado. Es cuestión de tiempo.
Hay un proverbio que dice que camina más rápido el que camina solo, pero más lejos el que camina acompañado. Y, sí, hay individuos que, en muchos casos, ni caminan, esperando a encontrar (o buscando desesperadamente) en su vida a un compañero de fatigas - para entonces, ahora sí, darse permiso a vivir.
Una vez ellos se encuentran, es tentador volcarse el uno sobre el otro mutuamente sus expectativas, deseos, metas, sueños, en la certeza (inconsciente) de que el otro las nutrirá, satisfará, abastecerá - dejando así cada uno de guiar su propia vida para exigir (tácita o expresamente) al otro la responsabilidad que el uno abandona.
Mézclese pues bien el cóctel: expectativas de satisfacción íntegra de los deseos de uno, exigencia del guión de una relación vitalicia, monógama, física y emocional; (cierta) garantía de la cobertura del impulso sensual y devuelvan la coctelera al mundo real y sus problemas: cansancio laboral, estrés, cuidado de los hijos (si los hay), etc. y el negocio que gira alrededor del divorcio se comienza a frotar las manos. Y no de frío precisamente.
Si los individuos en la relación no han otorgado espacio para respirar al otro, entonces las consecuencias van desde la ruptura (cuántos no-divorciados legalmente ya lo están de hecho emocionalmente) hasta el desastre: violencia verbal, psicológica, física... por supuesto, exacerbada por la escalada hacia arriba y los lados que cualquier conflicto conlleva al involucrar a terceros y cuartos: abogados, jueces, peritos, psiquiatras, familia, amistades y, sí, los hijos.
Por ello, aceptemos que toda relación lleva en sí la semilla de la extinción.
Ahora bien, depende (al menos, en parte) de los miembros de la relación el que esta se quiebre finalmente.
Creen espacio conjunto, sí, pero también para cultivarse igualmente como los individuos que somos, sin la participación de la otra persona... Físicamente aparte del otro: que no le guste la música clásica (fútbol, fotografía, baile u orfebrería) a unx no quiere decir que el otrx deba abandonar los ensayos con la orquesta. Acepten al otro como es - no como quisieran que sea, debiera ser, o tuviera que ser. Seria como intentar enseñar a una jirafa a cantar como un jilguero.
Comunique, comunique, comunique. En primera persona: no es lo mismo decir 'me haces sentir mal' (apretando el botón de culpa en el otro que tan bien funciona) que 'me siento mal porque interpreto que lo que dices es...'. Porque sí: somos seres interpretativos - andamos continuamente tratando de descifrar lo que quería decir cuando dijo eso... como si la omnisciencia estuviera codificado en el genoma humano.
Pero eso sí: amen sin reticencia. No consiste en ser mezquino con el cariño en previsión del dolor que (posiblemente) vendrá.
Consiste en tener la certeza, la completa certeza, de que por muy dolorosa que pueda ser una ruptura, el corazón aguantará, aprenderá, se sobrepondrá y crecerá mas fuerte - y con mayor sabiduría.
Siempre ha sido así.
Consiste en tener la certeza, la completa certeza, de que por muy dolorosa que pueda ser una ruptura, el corazón aguantará, aprenderá, se sobrepondrá y crecerá mas fuerte - y con mayor sabiduría.
Siempre ha sido así.
Existe un Amor que no se puede dividir en moléculas, dopaminas, endorfinas y todas esas cosas. Existe un amor que no es una cosa, no es un estado de ánimo producido por causas químicas. Existe un amor que es una acción, un verbo que se conjuga en primera persona "yo amo" porque quiero.
ResponderEliminarSi concebimos una relación de mutuo consentimiento y aceptamos que intrínsecamente lleva la semilla de su autodestrucción, es fácil que no funcione dicha relación.
Pero si forjamos el amor como una acción que necesita de nuestro aporte diario puede que funcione.
La pega de mi planteamiento: Entonces...¿ Nos podemos enamorar de cualquier persona, por el simple hecho de querer amarla?.
Y todo esto... ¿ Cómo se lo planteamos a nuestras espos@s?, ¿Las queremos por las dopaminas o porque hacemos intención todos los días?
Éxito Grégory.
La potencialidad de amar es extensiva a la totalidad de las entidades que hay en el planeta: es el 'amante' quien determina conscientemente (¡o casi!) aquel o aquellx amado.
ResponderEliminarLa propia intención (de amar) ya de por sí dispara adrenalina: un combustible idóneo para alcanzar cosas. Hay un ejercicio sugerido por coaches en EEUU al que llaman 'walk the talk', algo así como 'haz lo que dices (piensas)' hasta que, de hecho, esto se acaba manifestando.
El amor, además, parece no regirse por leyes de álgebra: amar a dos o más personas a la vez (pareja, amigos, familia, etc.) no implica amarlas en un 50% a cada una. Lo que sí es complicado es gestionar ese cariño que, en suma, requiere tiempo, en las mismas 24 horas.
Otra dificultad es la habituación de los sentidos (base de las adicciones): cuando nos 'acostumbramos' a algo, o lo damos por sentado, o nos aburrimos. De ahí el tedio en (muchas) relaciones duraderas (que lleva a la búsqueda de amantes en aquellas con parámetros dispares de lealtad romántica pues se busca 'más' de algo) o el punto de asumir que la otra persona 'debe' estar ahí... dándola así por sentada.
Sí: definitivamente, preservar una relación requiere ejercitarla activamente. Si el amor sigue vivo.
Gracias por tu nota -
Un abrazo y éxito para allá -